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quién coño escribe esto

Bueno, qué le vamos a hacer. Cada cierto tiempo toca hacer un post así. Cosas de la vida, entiendo.

Éste es el museo de metralla. No es mi vida (o al menos no a fondo), no es mi diario (o al menos no todo), no es real (porque no es del todo cierto), no es una novela (porque no todo es inventado), es la expresión de un personaje que lleva ocho años conmigo. Un tipo que se define en el post fundacional, un tipo al que siento muy cercano pero que no es yo. Un tipo que me gustaría ser a veces y que detesto otras. Un tipo al que me acerco como un escudo cuando lo necesito y del que me alejo cuando no puedo ni olerle. Un tipo que ha vivido más que yo y menos, al mismo tiempo. Un tipo cansado y hastiado de todo que no tiene ningún reparo en mandar todo a la mierda de cuando en cuando. A mí me cuesta más trabajo, tengo que pensármelo antes. Tengo que darle un respiro previo a las cosas para romperlas en mil pedazos.

Tenemos cosas parecidas, pero llegamos a ellas por caminos diferentes. A mí me cuesta dar marcha atrás porque suelo pensarme mucho las cosas antes de hacerlas. Suelo dejar que lleguen hasta el final antes de largarme. Al personaje le cuesta igual, pero porque es un cabezón recalcitrante. Y eso no es lo mismo. No me gusta demasiado el tipo en líneas generales, pero sí me gusta mantenerle cerca. Me hace la vida mucho más fácil. A veces es una ayuda de cojones poder cambiarme en él cuando algo no me gusta demasiado. A veces a él le gusta meterse en mi cabeza porque tengo una comprensión mucho menos impulsiva de las cosas. No sé si mejor o peor, pero menos cambiante.

Cuando Lore se piró hace un montón de años el anticuario (responsable del inventario del museo de metralla, director adjunto al adjunto de dirección) nació y lo hizo para siempre, pese a las veces que he querido matarle. Porque el tipo, en medio de la ruina en la que yo estaba metido, era el puto amo. Y no lo era porque fuera el mejor o porque follara constantemente, sino porque supo transformar todo ese dolor en un montón de texto significativo, en un huevo de canciones y en cuadernos y cuadernos de poemas que, pese a los años que han pasado, me siguen gustando. Y eso es mucho. Eso es más que mucho. Eso es casi demasiado. Ese tipo tuvo el valor para escribir cosas y cosas que yo hubiera encerrado bajo mil llaves hasta el fin de la eternidad o mucho más. Cosas que yo no quería ver ni cuando estaban sucediendo.

Ese tipo me estaba salvando, porque lo estaba echando todo fuera. Él sí era capaz de hablar de ello.

Pero ese tipo no es yo.

Ni siquiera el que está escribiendo ésto es yo del todo.

Nadie debería tomarse esto en serio, excepto entre líneas. Esto es mentira. Cojo un montón de cosas de la realidad, por supuesto, pero simplemente porque me ayudan a decir lo que quiero decir. No hablan de mí mismo más allá del nivel semántico. Muestran lo que yo quiero mostrar acerca de la tela que lo entreteje todo. Este museo habla de mí, por supuesto, pero no en lo que sucede, sino en el fondo de lo que sucede. En la idea.

Me gustaría dejar esto claro de una vez y para siempre: podéis sentir cariño, pena, empatía, dolor, alegría, amor, idiotez, odio por el tipo que escribe. Está bien hacerlo. Pero el tipo que escribe no existe. No lo hará. No lo ha hecho nunca. No va a hacerlo mañana. No se va a despertar mañana y va a hacerse un café con tostadas. El tipo que existe lo tiene todo menos existencia. Es un vacío en la pared que sólo se nota cuando quitas el cuadro, cuando le llamas por su nombre.

Cuando le llamas por su nombre.

Ese tío, que vivió cosas tan grandes y supo contarlas todas, no existió nunca. Es el reflejo de un reflejo que da la distancia suficiente como para poder escribir de la vida sin perderla. Es la sombra que se ata a mis pies y que es lo único que permanece constante cuando tengo que echarme la siesta, sobrepasado, enfermo y cansado. Agotado.

Escuchando: I just remember that time at the market…

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