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unidad uno

Me he encontrado esta unidad de escritura en la basura
sobre un montoncito de hojas secas,
bajo unas cámaras de bicicleta,
temblando y resbalando hacia un lado
mientras la tarde explotaba de sus flancos,
reptando en verde ácido y humo grisaceo
y la vida y la sombra
y todo lo que había percibido
y el odio y el asco
y el amor y el estar saldado
y el beso y el calor
y entrar y salir
y sobretodo
el seguir un poco
estando

ha hecho que, de pronto, todo se volviera algo.

que no cierran

Heridas que no cierran
como si al daño le brotasen brazos, piernas,
compartimentos estancos en los que el dolor se hace eterno.

Flota sin hundirse en el naufragio.

El brillo del éter de los recuerdos:
lo que fue y estuvo donde ahora está y permanece,
el naufragio eterno del dolor, te dije.

Si quieres ser viento, me dijo,
debes aprender a grabarte siempre, a no permanecer escrito.

Las heridas van conmigo, dije. Vaya cosa, respondió.
Esas no se desprenden de nadie.

en tránsito

Hay días de hacer,
días de morirse del asco en el trabajo,
días especiales al lado de alguien que te importa.

No hay más horas muertas que las asesinadas,
las heridas sólo cierran cuando te mueres,
el amor es tan bonito que no puede ser manchado
—aunque eso no va a bastar para que dejen de intentarlo.

El amor que yo recuerdo era ingrávido, incondicional, incauto,
soledades compartidas en el camino convencido a ninguna parte.

Ese es el amor que yo destilo
mientras me voy opacando.

Nadie puede dejar a nadie,
pero sí heridas que no cierran,
un amor inmaculado en caminos ignotos, opacarse despacio
y una renovada impaciencia en no ausentarnos.