Habían estado ocupados removiendo las pegatinas de los contenedores. El tatuaje se agarraba a la pintura del metal y no había sido todo lo fácil que esperaban antes de empezar. Llevaban horas en ello, Ayla sudaba mientras se empleaba con la lija fina. Le gustaba verla así. Hacía mucho tiempo que no la había visto tan activa.
—Bueno, esta es la última. A ver qué tal se da.
—Nada, lo tenemos ya superado.
—Quizá sí, quizá no, ya veremos.
Se levantó a por un par de cafés, y en el último momento se decidió por unas cervezas. Abrió la de ella y la dejó a su lado.
—Pero bueno, K, ¿en horario de colegio?
—En horario de colegio. ¿Crees que saldrá bien? No me refiero a las pegatinas, me refiero a todo esto.
—Quién sabe, colega, quién sabe. De momento terminemos esto lo antes posible, ¿te parece?
—Me parece perfecto. Pásame tu lija, la mía está embotada.
—¿Y yo?
—Descansa. Puedes mirarme un rato.
—Oh. Madre mía. Así que ahora te sientes fenomenal, ¿no?
—Lo bastante.
Le cedió la lija y él empezó a frotar la superficie. Intentaba no mirar demasiado a la cara de payaso, que empezaba a desdibujarse como si le estuviera reprochando algo. Si todo iba bien podrían dejar de preocuparse por estupideces una buena temporada. Empezó a frotar con más fuerza.