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bam bum bap bup

En medio de ninguna parte. Sin problema alguno. Descolocado. Aún a veces algo llama la atención, efímera, del que está de vuelta. Valores como genes, decía de mi padre. Los valores que pueden modificar el mundo sin que el mundo los modifique en modo alguno. Sin que pueda hacerlo. Valores que existen aunque no exista el mundo.

Qué curioso. Valores que existen aunque no exista el mundo. Como si lo hiciese. Como si estuviera ahí cuando… todo falla. Curioso. Discutir acerca de la ciencia. Hacerlo como si. No poder no saber no alcanzar a hacer saber que es cuestión de fé, de una fé imbricada en todo lo que nos rodea, hasta tal punto que se ha convertido en el mismo mundo, en ese mundo que es absolutamente incapaz de cambiar los valores que actúan a modo de genes.

Pasaré la navidad con mi padre, y será triste. Será lo que sea, pero será triste. Nada podrá cambiar eso. El hecho es que los hechos no corresponden, y es inevitable. Pero a ver cómo evitamos mirarnos y pensar: «¡qué estupendo que estuviéramos todos juntos!» Después quizá echemos un bingo de dos. Quizá charlemos, mejor no.

Me gustaría decirle que estamos juntos él y yo, y eso es mucho más que algo.

Mi padre es el tipo, entre todos, que me enseñó que los valores, cuando son de verdad, actuan a modo de genes: pueden modificar el puto mundo, pero el jodido y maldito mundo no puede tocarlos en absoluto. Por mucho que se empeñe.

No sé si funciona, tengo pruebas incluso de lo contrario. Pero es algo. Todo lo demás es nada.

Mi padre es un tipo grande, todo lo demás es nada. Hay otros tipos enormes, pero no son mi padre. Hay tipos inmensos como montañas, pero no son él. Ahora que todo es un momento tremendo de caída, siento que le debo algo. He visto tipos fuertes como valles de acero partidos por la mitad por un mal viento. Incluso lo he visto en mi padre. He visto tipos como castillos partidos por la mitad, y he decidido intentar ser un junco. Un junco con valores como genes, que pueden modificar el mundo sin que el mundo les modifique en absoluto.

Y eso se lo debo a mi padre. Será una navidad triste como una puta ranchera. Será lo que sea. Que las jodiendas vengan de una en una, si es que han de venir. Como una ranchera puta, jodida, cabrona. Pero nos miraremos y será algo. O no será nada. No marcará diferencia alguna.

resacas y resacas

Siempre es desagradable ver cosas funestas de uno mismo en otros. Cuando uno está lúcido, siempre en la medida de lo posible, se reconoce en la vergüenza que ve, y deja de ser ajena para convertirse en directamente propia. «No, pero lo mío era diferente». Todo tiene sus matices… pero no tanto como nos gustaría pensar.

Ver la rabia, por ejemplo, que algún día me meterá en un buen lío. Mientras tanto, espera. Espera quieta y callada, pero sigue dentro. No sé cuándo, no sé cómo, y se lo que me arrepentiré cuando suceda, si es que tiene que suceder. Mientras tanto es un pulso tenso, una guerra fría que se desenvuelve en las escenas cotidianas. ¿Yo soy así? Depende. Si lo que quiero decir es que me gusta ser así, evidentemente no lo soy. Pero si lo que digo es que eso aguarda en el fondo y lucha por salir, en el sentido de lo propio, supongo que soy así. Pero no está todo el pescado vendido, podría darle rienda suelta. Y no lo hago. Ese es mi esfuerzo. Quizá en vano en un momento dado.

Pero, mientras tanto, los días siguen pasando. Ella de momento espera. Yo, de momento, gano.

La victoria es un asunto sobrevalorado, porque toda victoria es temporal.

de qué, de cuándo, de cómo

Siempre la misma historia, en un tonto intento de justificarse a uno mismo en medio del estado de cosas factibles y posibles. Uno está donde está porque quiere, y no suele haber más cuando nos movemos en estos estrictos límites. Si uno quisiera ser funcionario, pues lo habría intentado, supongo. Tenemos que justificar que nos guste la cerveza y que nos guste fumar, que nos guste quedarnos hasta las tantas leyendo y supurando por una buena historia.

A mí me gusta rascarme el ombligo, constantemente. Pero si me quedo tumbado en el sofá viendo pasar la tarde algo dentro de mí me dice que estoy equivocando la tirada. Me deprimo, algo me noquea en el estómago hacia fuera. Me pongo nervioso, veo mi vida pasar ante mis ojos y me parece bastante, pero no todo. Me levanto, inquieto, busco agua o cerveza en la nevera, voy al baño y evito mirarme en el espejo, me mojo la cara, me seco, me lavo las manos, enciendo un cigarro: algo me rompe y no me deja en paz.

Me gusta comprar unas cervezas y tabaco y enchufar la tele mientras dejo que la cabeza se vaya ocupando de sus asuntos mecida por los colorines de la pantalla. Van cayendo las cervezas y empiezo a sentirme bien, no sé si por el alcohol o por pensar a la deriva. A veces me agobio por otros motivos y pienso que todo puede ir mal, que todo puede ir funestamente mal y en ese momento me acordaré de cuando aún tenía una cierta libertad de movimientos, es decir: ahora. No quiero ser mal interpretado, no me refiero a la libertad de movimientos que confiere el no tener críos ni hipotecas, no voy por ahí. Es más bien la libertad de… de estar en medio de todo, de algún modo. De aún estar a tiempo para algo que no termina de llegar mientras esperas. Me gusta comprar cervezas y tabaco y pasar la tarde, pero nunca puedo hacerlo. A mitad del rito siempre llega ese tirón en la cabeza o ese despertarse de repente en medio de una pesadilla o esa sensación de que todo se está esfumando entre los dedos, y es entonces cuando leo y cuando escribo y cuando compongo y cuando miro las cosas de otra manera. Cada vez más me pregunto si no sería mejor olvidarse de todo, poder olvidarse de todo, y mirar la tele viendo lo que veo y no pensar en nada mas que en que ahora es por la tarde y no tengo nada mejor que hacer ni que ser que tomarme unas cervezas dejando que todo siga sucediendo alrededor. Dejar las cosas en paz para que las cosas me dejen tranquilo.

Y pienso ahora que tenemos que justificar todas esas cosas no porque nos importen lo más mínimo, sino porque nos hemos escudado en ellas y al hablar de ellas y al defenderlas estamos hablando de y defendiéndonos a nosotros mismos. Pero no porque supongan nada en sí mismas, sino porque llevamos demasiado tiempo apostando a rojo como para cambiar ahora y joder tantos años de nuestra propia historia de un plumazo. No dejamos de aferrarnos para no perder nada y cuanto más tiempo pasa más tenemos que perder y menos cambiamos. Es así de circular el asunto.

Tanto justificar esto y lo otro apesta. Los que están al otro lado y nos piden que nos justifiquemos están en la misma recta, en el punto diametralmente opuesto pero en la misma recta. De una recta que no existe, para mayor gloria inmarcesible de la estupidez. No dejamos de hablar todos de lo mismo pensando que estamos enfrentados, y de perder el tiempo mientras lo hacemos. Si realmente todos estuviéramos tan convencidos, nadie tendría que justificar nada.

La gente puede -y cree hacerlo- cambiar de ideales, pero nunca se cambian a sí mismos. Eso precisamente es apostar a rojo y después de una noche de pérdidas o ganancias no poder dejarlo. El rojo se ha convertido en todo.