Los cigarros recorrían
soñolientos la habitación cerrada,
podíamos palpar la vida en
otra parte y jugábamos a
enseñarnos cómo seguir viviendo
en esta muerte lenta de irnos
disolviendo.
La lenta diosa marihuana
tenía preferencia por el
vino rojo sangre vino que
nos introducíamos con prisa
en la garganta.
Alguien recitó un poema y
le marcamos al rojo con el
hierro de la ostra,
le ninguneamos, le nulificamos,
le vaciamos y nos gustó
verle así, piel inflada
exudando pus negro donde
siempre estuvieron sus huesos.
El silencio corría tan generoso
como el tiempo y las meadas
en el servicio parecían cálidos
paraísos de hacer algo por uno
mismo.
Yo salí ahí fuera y decidí
divertirme… o lo que sea que hago
cuando hago a la gente y a mí mismo
reír hasta hipostasiar nuestros músculos
faciales.
Es tan fácil como olvidar lo
que tan fácilmente olvido.
Tú no me crees y me cuentas que
precisamente esas migajas son la
vida, que ahí estamos cuando estamos
vivos.
Y una mierda.
Ni de coña.
No me camines más de lo
mismo.
Tú sabrás a qué Roma te
llevan estos caminos.
Reír, ¡es tan sencillo!
Sólo con esto tu vida tiene
sentido, sólo con esto
los días tienen justificación
para seguir
disolviéndonos.
Está bien, te creo.
Pero ahí afuera los
sentimientos aún no han sido
diluidos. Lo que llamas sed
no es sino capricho, lo que
llamas inmensidad no más que
un agujero.
Joder jodamos y jodiendo
sabremos lo que somos. Eso me cuentan
desde todas partes y calculo
que dentro de mil años será más
o menos lo mismo. Tan sencillo
que parece extraño.
Es cuestión de conformarse.
La perspectiva cambia. Todo
parece más pleno.
La calle me pregunta por ti.
Le he dicho que estás jugando
a un juego por ahí. No lo ha
entendido la pobre, es tan simple…