Salgo cansado esquivando los
proyectiles asesinos que
intentan traspasarme con
sus finas agujas.
Estupideces las estupideces
que retumban en mi cabeza hueca
pretendiendo instalarse en
tanta tierra virgen y fértil.
Dices que te hago daño, y no
imagino cómo podría ser de otro
modo. Dices que te duele cuando
hablo y que sangro tus venas
sin conmiseración alguna.
No es fácil conservar la lucidez
en este cementerio silabeante,
muerto pero móvil, acabado pero
activo. Dices que te hago daño
y yo me pregunto cómo esquivar
estos proyectiles que no me
encuentran pero me ríen, que no
terminan de penetrarme pero me
componen.
Dices que daño y yo sé que estás
tan lejos que ni así me perteneces,
te pertenezco.
Sólo a los días, sólo a los
desatinos de esto que algunos aún
pretenden llamar vida.
Quisiera violarte para que me
odiases, o algo así, quisiera
penetrarte con la verga fría de
mi descontento para que me
comprendieses, tengo esa manía,
ya sabes. Nadie es perfecto.
Pero tú sigues sin entender nada,
riendo y siguiendo el juego
estúpido de pensar que aún
algo significa algo, cualquier cosa,
por mínima que sea.
Desconfía, perdona nuestros
pecados así como nosotros partimos
la cabeza a nuestros deudores,
esnifa algo para matar el picor
del coño y sitúa tu cabeza tan
alto que
nadie pueda tocarla,
nadie pueda mancharla,
nadie pueda convencerte de
que lo que te hace falta es
tan estúpido que no merece una
lágrima.
Taimados de pacotilla vendiendo
su imbecilidad en los bares,
escupiendo hermosura por los
cuatro costados sin merecer
ni una segunda mirada, ni acaso aún
la primera, ni siquiera la misma vida…
Es idiota escribir esto, tú estás a
cien mil kilómetros de comprenderlo.
El viejo carrusel esculpió en
tus huesos los nuevos dogmas, las
nuevas formas de atar tu cerebro.
Tocan a revelación en el
telediario, sube el volumen,
no podemos perdérnoslo.