Si sumamos todas las
sudoraciones que han permanecido,
consecutivamente en el tiempo,
en esta silla alta, obtenemos
una mezcla heterogénea y compacta
que unos llaman mierda y, otros,
altruistamente, necesidad humana.
No es indiferente a mi
moralidad la diferencia entre
ambas, no es indiferente ni
siquiera a mi forma de mear,
de recoger las cenizas que queman
el edredón, ni siquiera de llorar.
Si aditamos a la mezcla cada una
de las veces que espanté
la soledad con músicas yermas,
cada una de las veces que el
cola-cao caliente de la vida
me hizo un agujero en el culo,
cada uno de los trabajos y los
días, cada uno de los sudarios,
de las piscinas, de las estanterías,
de los crucifijos, de las palabras,
de los besos, de las fluoraciones
dentales, de los espejos, de
los papeles suaves de váter,
de las patrañas, de las malditas
patrañas que inocente creí,
si añadimos todo esto me queda
en las manos la perentoriedad indecorosa
de mi puño instalándose en tu rostro;
no te equivoques, no es nada personal,
sólo impotencia.