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el relato

Hace tiempo que me cuesta verbalizar una opinión sobre casi todo, excepto en las cosas en las que me siento dominar. Y dentro de esas cosas ni siquiera en todos los ámbitos, sólo en los que suelo entrar en contacto con ellas. Tengo la sensación de que o la gente pasa mucho tiempo informándose o de que no les importa contrastar su impresión. No creo que seamos seres racionales. Creo que más bien respondemos a lo que se encuadra dentro de la opinión dominante en el grupo al que decimos pertenecer. Las discusiones políticas, por ejemplo, en las que se entremezclan temas administrativos, legislativos, económicos, judiciales… hay tanto que saber antes de formular un estado de cosas que no termino de comprender cómo es tan fácil dar una explicación constante sobre todo. Me estresa.

La otra opción es que defendemos el clan. Nos apoyamos los unos en los otros y vindicamos hasta tomar como propio lo que la gente de nuestra confianza opina, les cedemos el trabajo de documentación, lo externalizamos. El problema es que hace ya mucho que mucha gente se dio cuenta de lo fácil que es manipularnos por ese portón abierto.

No tenemos el tiempo suficiente para preocuparnos por la verdad, quizá deberíamos ir algo más despacio y darnos más tiempo, pero no lo hacemos. No es lo que nos importa, no es lo que nos interesa. No nos preocupa la verdad, suele ser la primera víctima en las celebraciones de la victoria. La verdad no es nada al lado de la victoria. Para conocer la verdad hay que mirar en muchos sitios, para tener la victoria casi siempre sólo es necesario ganarse el relato.

No nos preocupa la verdad. No nos informamos, no reconocemos nuestro error en las raras ocasiones en las que somos capaces de verlo. Esto es una guerra. Cada vez que hay una discusión son dos facciones en un campo de batalla en el que lo único que vale es ganar.

Estoy aburridísimo de esa mierda. Todos pies fingiendo que son zapatos, dignificándose a sí mismos, petulantes primates pontificando.

cerebro colectivo

Había ido a por pastillas de jabón. Hace tiempo que no me gusta el gel, no me gusta el champú, no me gusta el suavizante, sólo pastillas y pastillas de jabón. Quién me iba a haber podido decir jamás que uno de los mayores placeres de mi vida iba a ser que pegase bien la lasca de la pastilla anterior sobre la nueva. Que no se suelte al enredarse en el pelo, que no se suelte al frotar fuerte la piel, que se quede allí hasta que se desvanezca y deje de ser un problema.

Llegué al estante y cogí un paquete de cada tipo, heno, aceitunas y almendra. No sé si me viene bien variar pero varío. Entonces el tipo se acercó y me preguntó por uno de ellos. Le dije que no tenía ni idea. Me preguntó si lo estaba comprando para mi madre, por lo de no tener ni idea. Le dije que no. Que sólo podía decir que el de heno me gustaba para la rutina, para los días que sonríen y se van sin decir nada luego, que los de aceitunas eran para después de un conflicto y que los de almendra definitivamente eran para un esfuerzo extra. Me preguntó si siempre tenía tres pastillas medio empezadas. Le dije que no, pero que servían igual estando.

Y entonces empezó el monólogo que escucho por todas partes salpicado de el gobierno e inútiles y los impuestos y el Falcon y la mujer y perrosanche y al final estábamos mejor antes y no hemos ganado tanto, yo diría que hemos perdido. Me pregunto qué da pie a tanta gente para que exploten siempre por el mismo sitio. Qué narices he hecho yo, que no me relaciono con nadie, para comerme la misma nadería tres veces por semana. Me pregunto si alguien alguna vez ha pensado algo por si mismo o si somos una especie de raza múltiples individuos con un solo cerebro conectados por la boca y los oídos.

Yo tengo mi opinión al respecto pero nadie pregunta, todo el mundo da por hecho que sólo hay un pensamiento posible y no conciben que tú puedas pensar distinto. Le dije al tipo que por favor visitara a un dentista en cuanto pudiera porque le apestaba muy fuerte el aliento, me disculpé por tener prisa y corrí hacia la caja como si un cronómetro estuviera midiendo mi capacidad de salir de allí en una especie de simulacro de incendio. No sé si me da miedo explotar o que me sigan explotando. No sé si me da rabia o pena. No sé si me desilusiona o me aterra. Probablemente lo último. La atención es una herramienta muy peligrosa. Mejor siempre poner tierra de por medio.

escribir

¿Debería volver a escribir? No lo sé. Me tienta. Pero lo pasé tan mal escribiendo "Huim" que me cuesta mucho trabajo ponerme a ello de nuevo. Me gustaría retomar el mundo que me costó tanto hacer, ese mundo uniforme del Consejo junto con los autoexiliados de la Suma a través de las cepas emigradas. No sé si lo voy a hacer o no, pero ya estoy dentrísimo.

Quiero quedar con gente, pero me cuesta estar con gente. He perdido una habilidad ahí que, realmente, no sé si tuve alguna vez. Yo creía que sabía relacionarme pero lo único que sabía era ser el centro de atención. Lo que pensasen los demás… pues ya si eso alguna otra vez. Me cuesta estar con gente. No sé si me dicen la verdad o si me están mintiendo esperando que comprenda algo implícito. No sé si les caigo bien. No sé si quieren estar ahí conmigo o si están y ya. No es que ninguno de esos temas me preocupen en exceso —me refiero a preocupación crítica, en otros rangos por supuesto que me preocupan—, es que no sé leerles y eso me intranquiliza. Tengo que concentrarme, me canso, me agoto y no termino de sacar nada en claro tampoco. Si es que supe alguna vez, ya digo, no sé en qué punto perdí esa habilidad de estar en el mundo rodeado por otros. Tanto con los grupos de música, como con los amigos, como con los compañeros de trabajo, como (aunque menos, bastante menos) con la familia directa. No sé qué están pensando, dudo de lo que dicen, dudo de lo que digo yo mismo, no soporto los silencios y los relleno con lo primero que me pasa por la cabeza. Es un juego extenuante y extraño en el que hay que conocer los pasos para continuar con el baile al ritmo de la música. Necesito que me rodeen y me intranquiliza que lo hagan al mismo tiempo. Una sensación nada agradable.