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el teatro del adiós, parte 2 (representación)

> [parte 1]

Más allá de la luz está la sombra,
y detrás de la sombra no habrá luz
ni sombra. Ni sonidos, ni silencio.
Llámale eternidad, o Dios, o infierno.
O no le llames nada.
Como si nada hubiera sucedido.

Los sinónimos. Francisco Brines. Insistencias en Luzbel.
(Sinde, no me cierres el garito por usar material protegido…)

No iba a seguir con este tema. Llevaba con el borrador guardado sólo con el título desde el día después de escribir la primera parte. No iba a seguir porque no tiene mucho sentido. No tiene sentido porque todo lo que ya no es no es, y a veces tengo el temor de que es como si no hubiera sucedido nunca, y lo que no ha sucedido nunca por fuerza no ha sido nunca y no puede hacerse nada con ello. Sean los vivos y demás zarandajas. De todos modos, poco de lo que escribo aquí tiene algún sentido definido, más que el orden y el concierto y el leve onanismo de dejar mis cosas en algún sitio visible mientras siga teniendo pasta o ganas para pagar el servidor. Después, ni eso. Lágrimas en la lluvia y demás vueltas de tuerca sobre los tópicos al uso.

Pero al fin y al cabo la vida pasa y queda en los que se quedan, así que de algún modo existe un puntito de responsabilidad en hacer perenne lo caduco. O menos caduco lo caduco. O eso. Los que nos quedamos debemos hacer al menos un pequeño esfuerzo para que no se disuelva del todo la vida que ya no es en lo que no está vivo.

Dicho eso, al tajo.

Ya en el pueblo aparcamos los coches en la plaza y fuimos a la iglesia. El coche-bicho con el féretro aparcó a la entrada de los portalillos, abrió las puertas y accionó no sé qué mecanismos eléctricos para hacer accesible el feretro a los valientes. Los valientes eran muchos, claro. Unos porque sentían que debían portar la caja. Otros porque sentían que debían verles llevar la caja. Eso creó imposibles, gente aferrando la madera con un meñique y poniendo cara de esfuerzo, codazos (leves), miradas (severas), pequeños empujones (nada serio). Mi madre me preguntó si no quería llevar la caja. No, gracias. Ya hay bastante juego ahí dentro. Dejemos que los que necesitan el azogue del teatro lo tengan. Dejemos que los que viven en la representación encuentren su sitio, o de otro modo las consecuencias serán terribles (habladurías, maledicencias, insultos, etc). No sé los demás, pero yo no estoy aquí para eso.

En realidad no sé por qué estoy aquí.

Pero ese es otro asunto.

El caso es que estoy aquí.

Llevaron la caja dentro, justo en frente del altar. Empezamos el ritual de levantarnos y sentarnos al ritmo del cura. El cura que es mi primo estuvo en su sitio (mi primo… ¿en qué grado es mi primo? Lo de «el primo» en un pueblo tan pequeño es casi más un mote que un nombre de parentesco), pero el subalterno exaltado componía una extraña imagen, entre alucinado y doblador de los power ranger. «El poder de Dios nos ama» se puede decir de muchos modos. Cuando casi gritas en «ama» casi parece el final de una invocación, el filo de un conjuro.

La caja en aquel edificio desvencijado, lleno de grietas y desconchaduras, de humedades, de alfombras que debieron ser excelentes y ahora son casi harapos. La caja con mi abuela dentro y ese cura exaltado pegando las comisuras de la boca a las orejas, plegando los labios sobre los dientes y mirando al cielo, enfervorizado. El suelo de madera (no de parquet, ni tarima, de madera) que cuando éramos críos crujía al caminar sobre él y nos asustaba, porque ese ruido quizá ofendiera a Dios o a quien fuera que temiéramos. El suelo de madera lleno de crujidos que sigue sin tener ni rastro de barniz y aún así aún resiste al tiempo.

A duras penas, pero resiste.

La caja con mi abuela dentro y esos tipos haciéndonos levantarnos y sentarnos en un ritmo que ni comprendo ni quiero. Bancos avejentados surcados por los agujeros de la carcoma.

Toman pan, toman vino. Reparten pan. Se quedan lo mejor. Limpian las copas con trapos impolutos que se llenan de rojo sangre rojo sangre vino.

Menudo tipo de farsa es todo esto. Desafinan cuando cantan. La seriedad se rompe porque no aguanta el envite. La seriedad de la que se rodea el ser humano para que todo parezca algo con sentido. Me entran unas ganas tremendas de reír. Las ahogo en la boca del estómago y miro al suelo. Esperando que esto pase. Esperando que esto termine. Esto es un juego de niños, pero todo el mundo sigue serio.

Serios como si todos creyeran en esto. En realidad, dudo que crea alguno. Y el juego sigue mientras tanto.

Quizá todos se estén escojonando por dentro. Preferiría eso para mi abuela, la verdad. Se lo merece más que esto.

Cuando los que hablan y desafinan terminan de hablar y desafinar vuelta al ruedo del féretro. «¿No quieres cogerlo?» No, la verdad. No quiero. Más miradas, más codazos, más pequeños empujones hasta que meten la caja de nuevo en el coche-bicho.

Y, entre miradas de complicidad con mis hermanas y la fingida seriedad de darle algún valor a esto, nos vamos andando al cementerio.

> [parte 3]

2 comentarios

  1. Muy bueno. Acido, pero muy bueno.

    Pd. ¿Será verdad lo de que no hay dos sin tres?

    Un saludin.

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