# perdiendo.org/museodemetralla

entraron en mi cabeza (201) | libros (20) | me lo llevo puesto (7) | pelis (2) | Renta básica (9) | series (6) | escasez (2) | frikeando (94) | arduino (1) | autoreferencial (11) | bici (1) | esperanto (4) | eve online (3) | git (2) | GNU/linux (4) | markdown (7) | nexus7 (2) | python (7) | raspberry pi (3) | vim (1) | wordpress (1) | zatchtronics (3) | hago (760) | canciones (157) | borradores (7) | cover (42) | el extremo inútil de la escoba (2) | elec (1) | GRACO (2) | guitarlele (11) | ruiditos (11) | Solenoide (1) | fotos (37) | nanowrimo (3) | novela (26) | criaturas del pantano (5) | el año que no follamos (12) | huim (5) | rehab (4) | poemas (356) | Anclajes (15) | andando (3) | B.A.R (7) | Canción de cuna para un borracho (38) | Cercos vacíos (37) | Cien puentes en la cabeza (7) | Conejo azul (6) | Contenido del juego (5) | De tiendas (3) | del pantano (3) | Destrozos (2) | Epilogo (4) | Fuegos de artificio (5) | Imposible rescate (15) | Jugando a rojo (7) | Libro del desencuentro (2) | Lo que sé de Marte (11) | Los cuentos (21) | Montaje del juego (5) | Orden de salida (4) | palitos (31) | Piernas abiertas (7) | Poemas medianos (12) | Privado de sueño (7) | rasguemas (5) | Tanto para nada (17) | Todo a 100 (2) | Uno (4) | relatos (97) | anatemas (9) | orbital (2) | prompts (8) | vindicaciones (103) | perdiendo (1.708) | atranques (1) |

rotación

Ninguna sonrisa borra una lágrima.

Pero un solo beso es capaz de lanzarte al infinito.

Un solo abrazo es capaz de recomponerte entero.

Una mirada, un silencio. Un hola. Un adios con pena.
Un adios que es un hasta mañana.

No sustituyó la arena a los pinos. No hubo intercambio.
Había gente entrando y saliendo de la vida, y
estaba bien. Estaban ahí por algo.

«Es la manía de los jóvenes de identificar toda la Humanidad con un chichi, uno sólo, el sueño sagrado, la pasión de amor. Más adelante aprenderían, tal vez, adónde iba a acabar todo eso, cuando ya no fueran rosas, cuando la miseria de verdad de su puñetero país las hubiera atrapado, a las dieciséis, con sus gruesos muslos de yegua, sus tetas saltarinas… Por lo demás, estaban ya de miseria hasta el cuello, hundidas, las ricuras, no se iban a librar. A las entrañas, a la garganta, se les aferraba ya, la miseria, por todas las cuerdas de sus voces finas y falsas también.» (Louis-Ferdinand Céline. Viaje al fin de la noche.)

Uno es uno mismo y lo comprende. Uno es uno mismo y lo asume, lo acepta, le parece precioso.

Pero ahora, con otro perfume en la piel y otros ojos en mis ojos, con otra luz, otro viento, otro destino, uno se da cuenta de lo milagroso de la unión de las conciencias (y es milagroso pese a que la gran mayoría de la humanidad desea constantemente una unión de las conciencias, todo el mundo busca pareja). Refuerza mi teoría de que las cosas se encuentran sólo cuando no se buscan. O entonces o nunca.

Sí, Ferdinand, envejecerán y para ti serán miseria. Pero me pregunto por qué llamar miseria a la vejez, o a la gordura. Por qué las encontraste tan pagadas de sí mismas como para decir tal cosa. ¿Qué te hicieron, Louis? Echemos tierra de por medio, porque no importa. Hicieran lo que hicieran fuiste tú y sólo tú a quien le dio por verlo así.

Sólo sé, en este momento dado, que ninguna sonrisa borra una lágrima (no tienen forma de hacerlo) pero… un abrazo borra el mundo entero, lo transfigura y lo construye de la nada.

Un leve roce, un secreto. Una mirada (voz aun sin hablar). Un beso.

Y la tierra gira. De repente más deprisa.

fotografías y corazas

Me acosté sobre las doce y media, adormecido por el vino. En un par de horas tengo mi primer comité de empresa como delegado sindical. Me desperté sobre las cinco, renovado, temprano. Leí hasta acabar la novela de Vicent, apagué la luz y empecé a pensar en todo un poco. Estuve así hasta las siete, entonces me levanté, molí café y puse la cafetera al fuego. Hace tiempo me resigné a no dormir cuando quiero, sino cuando puedo. Y al menos hoy he dormido algo. Mi sueño es volátil sólo por una razón: todo lo que quiero lo quiero ahora. Mañana siempre me parece una espera demasiado larga.

Frases retumbando en la cabeza al hilo de los últimos días: «los besos tímidos son los que no saben dónde van, los que no saben qué esperar, los que no saben, en realidad, dónde están». «Hay besos con sabor metálico, que tienen un alto contenido en coraza». Hace frío ahora. Tiemblo. Me acurruco sobre mí mismo como puedo, para no dejar de escribir y entrar en calor al mismo tiempo. El café empieza a crepitar. La comunión de las conciencias es efímera y sólo surge y existe en un momento determinado, en un cruce concreto en el que toda la escenografía converge en confianza o en abandono (uno se cansa de ser duro, y a veces la guitarra y las velas y la piel tienen ese efecto extraño del abandono, de sugerir por qué no dejarse llevar, por qué no dejar que sean las cosas quienes dicten y por un momento no la armadura del devenir cotidiano), instante hermoso pero efímero que, al retirarse, nos vuelve a dejar vestidos de cotidianidad, en la carcel-trampa de uno mismo sobre sí mismo.

Según es mayor el grosor de la coraza se empieza a tener más miedo a hacer daño que a sufrirlo, porque uno sabe de qué es capaz nuestra coraza. Y no siempre somos capaces de controlarla. O casi nunca. «No me temes a mí, a mí no puedes temerme, te temes a ti misma». En un momento en el que resulta una posibilidad, por remota que sea, de que nos hieran, la coraza es capaz de coger un par de manzanas y llevarnos a doscientos kilómetros de la escena. Es capaz de hacerlo. Equivocada o no, lo hace. La pulpa fresca de dentro sufre, pero a la coraza no le importa. Piensa que es por un bien mayor, para evitar un daño mucho mayor.

A eso se le puede llegar a tener mucho miedo, porque de cuando en cuando resulta que reventamos al de enfrente, que no quería herirnos, sino que sólo se equivocaba al no saber besarnos. Eran besos tímidos, que parecían no estar muy seguros de sí mismos. Error sobre error: sólo estaban desubicados (porque nuestra coraza no habla, no dice «aquí están bien, aquí me gustan», o «vamos a irlos poniendo aquí, en el sábado que viene»).

Yo creo no tener más que un ligero jubón de cuero, pero comprendo muy bien las corazas. Sé perfectamente cómo funcionan. No sé muy bien cómo soslayarlas, sólo sé retirarlas momentáneamente (escenografía de piel, velas y guitarra), y mantener el cielo abierto un segundo, dos, tres, hasta que vuelve a cerrarse dejándome de nuevo a solas. La coraza no me deja ver bien quién está al otro lado, y eso me pone nervioso.

Hay ciertas cosas que no se le pueden decir a una coraza (porque ante la más mínima posibilidad de daño cogen dos manzanas y se llevan la pulpa fresca a doscientos kilómetros), y soy tremendamente consciente de ello. Así debo ponerme yo también una coraza, asimilar que de nuevo todo es un juego peligroso en el que me va la vida, o la vida presente, al menos. Mover despacio, dosificando el tiempo. Empezar con otra estrategia, minería fatigosa de las palabras sutiles y las caricias difíciles y los besos controlados. Dar poco, pero dar algo. No hablar de futuros más o menos lejanos, y al mismo tiempo no olvidar el futuro inmediato, sin imponerlo. Sugerir. La estrategia es sugerir y dejar las riendas a la coraza del otro, que va cediendo a duras penas y en un tiempo largo. Ir penetrando capa a capa, despacio para que no se dé cuenta. Para que no huya. Pensar que la siguiente es la carne y vez tras vez encontrarme otra nueva capa de metal duro, cristalizado, indeformable, estanco.

Minería de las palabras, los besos y las caricias con un significado táctico, externo a su propio significado.

Besos nerviosos devienen en besos desubicados. Si no veo al otro lado tengo que aparcar de oído, tomar la técnica de tirar una piedra al pozo y esperar a que golpee el fondo para hacerme una idea de las dimensiones. A veces no suena, porque ha caído en saco roto. Y entonces me quedo ciego. Doy tumbos. Me pongo aún más nervioso y empiezo a hablar sin parar, para no dejarle hueco al silencio, esclarecedor y casi siempre, en estas situaciones, equivocado.

Cuando no conoces bien al otro y se hace el silencio sólo te puedes oír a ti mismo. Te equivocas siempre. Cuando conoces bien al otro y se hace el silencio le escuchas perfectamente. En ese momento es mucho más concluyente el silencio.

Como le tengo miedo, cuando estoy nervioso y no conozco bien al otro prefiero hablar hasta perder la voz, tontería tras tontería, pedantería tras pedantería, para tapar la oquedad. La risa se abre paso y la tensión se relaja. Pero sigo mirando a una pared, sabiendo que hay alguien al otro lado aunque no pueda verle. Odio, en ese momento, ese muro infranqueable. Todo debe ser mucho más fácil porque, de hecho, todo es mucho más fácil.

Las caricias que se dan a una coraza nunca son propias de ambos. Son reflejos de otras caricias, besos reflejo de otros besos, que se dan porque, con la coraza puesta, es muy complicado inventar besos, inventar caricias nuevas, propias, vivas. Es un intercambio de fotografías, más o menos bonitas. Y uno quisiera dejar de jugar con ellas y volver a inventarlo todo, porque es así de hecho como deben hacerse las cosas.

De hecho no concibo otra manera que volver a inventarlo todo. No hay nada más propio.

Sin coraza es tan sencillo como besar y acariciar: con ello ya todo es nuevo, recién inventado. Somos nosotros quienes estamos poblando el mundo con cada cosa que hacemos, porque el mundo acaba de ser creado y no tiene nada, excepto lo que le damos.

Sobre esto daba vueltas y vueltas en la cama, preguntándome por qué no será de una vez por todas ya mañana. ¿Y por qué lo escribo? Porque quema. Porque me veo impelido a dejarlo en algún sitio para que exista también en otra parte y el peso sea menor. Porque no tengo ganas de volverme loco acariciando una y otra vez los significados que se desgranan al hilo de los acontecimientos de los últimos días. Porque me siento responsable por no saber retirar corazas al mismo tiempo que me pregunto por qué tengo que ir por ahí retirando corazas ajenas, qué derecho tengo. Porque no llega todavía mañana y, aunque me pese, no soy un tipo que encuentre satisfacción en los pensamientos limpios, mondos y lirondos; soy un tipo en movimiento, y escribir es un tipo de acción, aunque sólo retrospectiva o proyectiva y casi nunca fáctica. Sé perfectamente qué tengo que hacer, pero hasta que no llegue mañana, o pasado, a una hora determinada y en una situación determinada, no puedo hacer nada de nada. Y eso me pone más nervioso todavía.

breve historia del museo (esquema conceptual para recién llegados o «mi matadero clandestino»)

Repito, porque es jodidamente importante:

En principio
fue el dolor. (Nace el cantar
del vivir). Y el dolor vivo
es vivir. Pero pregunto
por qué habrá sido preciso
el dolor para cantar,
el morir para estar vivo.
[…]
José Hierro. Episodio de primavera.

En mayo de 2003 Miguel, empujado por su infumable complejo de diva, arranca un diario en el que poética y retorcidamente expone problemas (reales o imaginarios) de una pareja, transidos de emotividad, jaleo, pizzas y desmanes manifiestos.

En septiembre de 2003 se vio impelido hacia el vacío irremisiblemente y en un único gesto, que tomó cuerpo en forma de otro ser de diferente sexo haciendo las maletas y solicitando no ser detenido bajo ningún concepto. Miguel (en adelante «anticuario») cogió su bicicleta y pedaleando se fue a casa de su hermana, sólo por no llorar y no montar una tragedia griega baladí e inoportuna. Lo que sigue es la historia de una aniquilación personal simple y nutrida, asquerosa pero viva.

Anticuario se destroza en cada post porque necesita recomponerse, y tiene la sensación de que sólo podrá conseguirlo si se desmonta primero pedacito a pedacito. El resultado es una carnicería. Se suceden regresos de la persona de otro sexo y casuales y esporádicos ingresos de otras personas, también del otro sexo. Anticuario no sabe vivir más que a golpes emocionales, y en cada ocasión no pierde el tiempo y aprovecha para hacerse cada vez un poquito más de daño, siempre y en cada caso en la medida de lo posible. Cuando la emoción es relevante se destroza en ella, y cuando no lo es lo hace pensando en que no lo es. Y por qué no lo es. Y por qué no.

El anticuario tiene clara la frase de Miller:
«Quien, por un amor demasiado grande, lo que al fin y al cabo es monstruoso, muere de sufrimiento, renace para no conocer ni amor ni odio y disfrutar. Y ese disfrute de la vida, por haberse adquirido de forma innatural, es un veneno que tarde o temprano corrompe el mundo entero. Lo que nace más allá de los límites del sufrimiento humano actúa como un boomerang y provoca destrucción».

Henry Miller. Trópico de Capricornio.

Y, evidentemente, la ejemplifica. Un año entero de juergas. Un año entero de bar en bar, sopesando las posibilidades del hígado, un año y pico de dolor monstruoso que no le permite disfrutar de absolutamente nada, más que de un modo en escorzo y estrambótico. Pero no sólo eso, un año entero de poemas, de canciones, de vindicaciones. Un año y mucho de percepción extrema de lo real a través del prisma del dolor más atroz que un humilde (¡y un huevo!) servidor haya conocido jamás (reconozco ser en eso terriblemente subjetivo, cada cual con su historia).

Un año y mucho gritando. Un año y mucho radical, real, estrictamente vivo. Todo está aquí, de un modo u otro. Agradezco haber tenido la oportunidad de estar tan hundido, tan jodido, porque si no me hubiera limitado a hablar de pedanterías, que es lo que habitualmente hago. El anticuario se está empezando a convertir en un personaje (en cuanto no-persona), y por eso me veo forzado (como persona) a escribir esto. Al fin y al cabo, la bitácora vuelve a ser lo que fue en un principio: una obra de teatro entroncada en lo real: pero no exactamente real.

Igual que cuando todo empezó hice el ritual de quema de bragas (bragas de la susodicha, keroseno, un plato, un mechero, algunos amig@s y bastante cerveza), esta etapa debe acabar en esto:

1.
un post: las flores y la mierda
una canción: sí, sí, sí, sí, sí
una viñeta: marketing
un poema: puzzles (1)
un relato: ventanas
una vindicación: componiendo
una antigualla: vernos sentados en la taza
una autoreflexión: por tribunal
(otro día sigo)

2.
eme

mi amor se cae al suelo y no se queja demasiado
podría ser peor se dice y sigue caminando
mi amor jugaba a ser mayor, mucho antes de llegar
y expresa en una mueca que está harta de esperar
‘pero no importa estaré bien si tú te quedas a mi lado’
y disimula recogiendo su amor propio destrozado

mi amor dejó el colegio porque dijo que era caro
‘nada he aprendido y ya me estaban fastidiando’
‘empezaré cualquier empresa y cuidaré de que estés bien
tú quédate conmigo sólo tienes que aprender’

‘eme’ está segura de que todo irá mejor
pero nunca pasa nada y aún seguimos siendo dos
‘eme’ está tranquila porque dice que es mejor
pero nunca he estado solo y esta casa es para dos

yo tocaba fondo y me dormía en la cocina
‘eme’ me abrazaba y se tumbaba encima mía
‘no te preocupes que esto pasará, mañana estarás bien’
y me cogía la cabeza y la metía en su jersey

‘eme’ nunca dudó que me quería a pesar de todo
pero el día que se fue no le importó dejarme solo
‘lo hago por ti’ me dijo ‘ya verás sin mi estarás mejor’
y me dio un beso en la mejilla cogió la puerta y sonrió

‘eme’ está segura de que todo está mejor
pero nunca he estado solo y esta casa es para dos
‘eme’ está tranquila porque dice que es mejor
pero nunca pasa y echo de menos su amor
‘eme’ está tranquila porque todo irá mejor
pero nunca he estado solo y esta casa es para dos
‘eme’ está contenta porque dice que es mejor
pero nunca pasa nada y nunca más seremos dos.

Los piratas. Fin… (de la primera parte)

museo de metralla