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bastos

Hoy brilla todo.

Se acabo el perder, de momento al menos.

Han dejado de pintar bastos.

Son sus ojos.

Seguramente sean sus ojos.

Cuando sonríe se desvirtúa cualquier otro sentido.

Y yo me quedo mirándola, preguntándome por qué a mí,
sin poder encontrar méritos o respuestas.

No tengo ni idea de por qué sale una margarita en el alfeizar de la ventana,
o de por qué llueve cuando le da por llover.

Pero el hecho, la circunstancia, es que hay una margarita en el alfeizar.
O que llueve.

Asombrado me quedo mirando.

Asombrado me quedo en blanco, sin pensar.

Sin entender demasiado, y sin que me preocupe demasiado no hacerlo.

Sus brazos se entralazan en mi cuello y quizá en un susurro me dice «te quiero».

Quizá no esté preparado, pero lo escucho.

Son sus ojos.

Seguramente sean sus ojos.

Que me miran desde el otro abismo que siempre es el abismo del otro.

Y me enlazan, de algún modo.

No queda mucho refugio cuando eres comprendido.

Porque la comprensión es el refugio mayor.

Ahí te quedas, sentado, mirando,
espeluznado y contento, terrible y enardecido.
No hay sitio donde ir a partir de ahora.

Ya has llegado.

No sabes lo que durará, tampoco sabes cuándo va a dejar de llover.

Pero,
de momento.
llueve.

Estamos aquí en medio.
Las cosas nunca se toman la molestia de tenernos en cuenta.
Simplemente, son. Ocurren.

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