Las casas, las cosas, se cargan de contenido y son más de lo que fueron. Una escena cotidiana es su propia trampa.
Me siento en el ordenador. Mañana visita del casero para renovar el contrato. ¿Quiero? Pues claro. Es como preguntarme si quiero mi brazo. Si no me queda más remedio que me lo corten, pero si no me quedo con él y después gloria.
Todo rueda, bien engrasado y los cielos están abiertos y todo funciona. No hay puntos negros, y si los hay no quiero verlos, y si no quiero verlos es porque no son demasiado importantes, supongo. Todo va bien. Tan bien que acojona. Tan bien que produce vértigo. Tan bien que está bien, y punto, y no merece la pena complicarse, como si uno no estuviera preparado para ganar.
Que es parte de la definición del problema. Estoy más cómodo perdiendo, en mi estado natural. En mi estado natural… siempre tuve suerte. De un modo u otro, al final siempre tuve suerte. Hasta el punto aciago. Desde ahí todo fue en vertical y hacia abajo. Desde ahí perdí la confianza que supone, de un modo u otro, ganar siempre.
Todo son victorias cuando sólo ves victorias.
Todo son derrotas cuando sólo ves derrotas.
Es cuestión de perspectiva. Y yo estoy viviendo el punto contrario a mi perspectiva.
Así ando. Acostumbrándome a ser feliz. No es fácil. Qué tontería. Pero así es.