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taradólogo

No contestamos. Fuimos hasta el bulevar y entramos en un almacén que vendía chicle. Compramos varios paquetes y nos los metimos en la boca. A él le preocupaba que su madre lo descubriera. A mí no me preocupaba nada. Nos sentamos en un banco del parque mascando chicle, y yo pensé, bueno, ahora sí que he encontrado algo, algo que me va a ayudar en los días venideros. La hierba del parque parecía más verde, los bancos del parque tenían mejor aspecto y las flores lucían más. Quizás aquella bebida no fuera buena para los cirujanos, pero el que alguien quisiera ser cirujano ya indicaba que no estaba bien desde el principio.

Ch. Bukowski. La senda del perdedor.

Y qué. Qué coño más dará. Los días se siguen sucediendo, pase lo que pase y llueva lo que llueva. Por las mañanas siempre es la misma imbécil alegría y más o menos el mismo café, casi siempre en la misma taza y regar las plantas en días alternos, echarse una ducha y largarse al sindicato. Un neurocirujano ve cerebros enfermos, un ginecólogo ve coños enfermos, un tipo en el sindicato no sólo ve gente jodida por la empresa, sino también tipos listos que van por ahí paseando sus egoísmos y llenos de ganas de cargarse de argucias legales para joder a unos o a otros.

A veces ves a tipos jodidos y te dejas la piel sólo para comprobar, al final, que eran unos listos. A veces ves listos que, en el fondo, sólo son tipos jodidos, acorralados, como gatos panza arriba que buscan llevarse algo entre las uñas antes de que les destripen de una vez. A veces no ves nada y te vas a comer, y descubres que no tienes para pagar. Te invitan, pero eso no te alegra el descubrimiento de que eres un muerto de hambre. Luego vuelves y una legión de tipos listos te esperan en la puerta. Lo justo hace tiempo que dejó de ser un criterio. Luego entablas conversaciones con la empresa y te das cuenta de que a ambos lados sólo hay tipos listos.

Y tú estás en medio, y poco importa lo que tú consideres justo.

Hay un trabajo que hacer, y lo haces.

Por allí hay un tipo que no sé da cuenta de lo bueno que es, y se limita a pasear su cinismo a manos llenas por las salas y por los despachos. Se prodiga como si no tuviera que reservarse nada, como si todo lo que tiene debiera ser compartido porque es común. No se da cuenta de lo que tiene entre manos. No tiene ni idea de lo bueno que es. Siguen pasando los días y no se da cuenta, no sé si deprimido pero sí triste, como si nunca hubiera hecho nada realmente bueno. Uno observa y aprende, en la medida de lo posible. Observo, veo, entiendo, comprendo, retengo. Mucho bueno, tanto bueno que no se puede asimilar en un par de meses de mañanas de estúpida alegría. Me levanto de buen humor. Luego el día me va jodiendo, hasta que me acuesto hecho una furia.

Por eso no duermo.

He visto a tipos duros como el acero partidos por la mitad por la misma vida, que no avisa. Simplemente, llegado el momento, jode. He visto a tipos como juncos, que siempre tienen respuestas. Sé que es más eficaz la segunda postura, pero no sé porque admiro siempre a aquellos que son el cuerpo de la primera. Tipos con valores como genes, que modifican el mundo sin que el mundo pueda tocarles un pelo. Por eso les parten por la mitad. Qué grandes.

Uno de esos tipos me dijo hoy: «nunca has sido feliz». Y qué. Qué coño más dará. No es culpa de nadie, ni siquiera mía. Lo han intentado. Lo he intentado. Déjame a mí con mis trampas, que al menos son mías. A nadie le debe importar demasiado.

La gente siempre debiera ser como es.

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