12 de octubre de 2004
He estado combatiendo mucho últimamente, aunque escojo muy bien cuáles son mis guerras. Lo estúpidamente ladino de la humanidad te atrapa y te hace tirar los dados en el mismo tablero al que jamás quisiste pertenecer. Por mucho que me hayan estado jodiendo siempre con ello la vida no requiere disciplina, pero el combate sí. Por mucho que me hayan estado jodiendo siempre con ello el combate no requiere agallas, requiere un concepto egoísta del mundo del que habitualemente carezco. Requiere no tener ni puto ni absoluto conocimiento de la idea de equidad. Requiere, incluso, despreciar la equidad, o cualquier idea activa o pasiva de justicia (el concepto de justicia me parece más confuso que el de equidad).
A estas alturas, por Thor, no confundir combate con kombate.
El mundo despertó en otro imbécil día en el que se beberá sin saber por qué se bebe y se saldrá sin saber muy bien por qué no quedarse en casa, otro día de sonrisas y conversaciones que, ahorradas, serían mucho más productivas. Menos estúpidas, si cabe. Algún tipo de fiesta sucede en Alcobendas y creo que está todo el tenderete montado, y que hay coches de choque y demás fanfarrias. La gente se encuentra en las casetas e intercambia memeces como si fueran cromos, pasándose siempre los repes.
No todo el mundo está allí, eso lo sé. Y no están todos los que están allí, también lo sé. Yo, por si las moscas, he limpiado la casa en lo superficial.
No vaya a ser que todo culmine en un ritual sacrificial de litros aquí mismo.