Estoy en un curso de Prevención de Riesgos Laborales que ha degenerado en el programa de Ana. El que imparte el curso está mirando al corral con la sensación de que todo se le ha desbocado, ahora mismo no sería capaz de controlar su clase ni con una picana eléctrica. La triste mundanidad que se desprende en el aire desde todos estos cuerpos encerrados en un espacio ínfimo ha debido afectarles a todos el cerebro con un algo de intimidad que les lleva a contar sus trapos más sucios. Si el profesor arranca una frase en seguida es interrumpido por una masa histérica que le ha cogido el gusto a hablar de médicos, enfermedades, ventanas defectuosas, posiciones antiergonómicas… con la misma facilidad que si estuviéramos en la sala de espera de un hospital cualquiera. En realidad merecemos todo lo que nos pase, porque en cierto grado somos absolutamente detestables.
Detras de mí una señora (por decir algo) empieza a contar que todos los médicos son unos cabrones, porque una vez tuvo una hernia y… en ese justo momento desconecto y me voy a un mundo interior de felicidad y fantasía, lejos de esta piara infumable. Voy a recoger a Ric del curso de contratación y nóminas e intentamos tranquilizarnos ingiriendo tres tercios por cabeza y una ración de ensaladilla. Estamos anonadados, no puedo hablar, sólo le miro, a ver si él, por casualidad, llega a entenderme. No es que me haga mucha falta, pero creo que sería un consuelo.
Volvemos al programa de Ana y vuelvo a esfumarme a un mundo interior sin tanta peste a humanidad desaforada hasta que en el descanso de las dos no puedo más y me piro. Nos tomamos unas cervezas, unas bravas, un pulpito y unos chopitos y volvemos al tajo, porque ha habido ciertos problemas y el curro está lleno de gente (más gente) histérica que grita por cualquier estupidez. Cada cosa que veo rebosa estulticia por todos los poros y me digo que sólo tengo que aguantar un rato. Me lo digo constantemente. Por la noche quedo con mi niña para tomar unas cervezas y no meterme con nadie y cuando me pregunta qué tal el día le digo:
– Bien. Todo bien.
Mientras leo cómo la mano de obra se subasta en internet.