Muy liado con la esperanza de la luz, preparando la classic que no sé si jugaré. Porque sí, porque es épico cuando te juntas con gente y es un mundo completo y complejo en el que hay que aprender muchísimas cosas, en el que puedes sentirte muy a gusto, integrado y, de algún modo que no termino de comprender del todo, realizado. Porque en aquella época el juego no se hacía fácil para aglutinar al mayor número de usuarios (¿no sabían y han aprendido con el tiempo o no querían y han terminado queriendo?), no te recompensaba como si fuera una máquina tragaperras, no te hacía levelear en media hora. Todo eso es cierto, y por eso no juego al retail (el RNG asesina mi interés por los juegos). Pero también es cierto que el vanilla era y es una pesadez: niveles infinitos con misiones que consisten en matar bichos que te revientan si se juntan dos y te obligan a comer y beber entre cada uno de ellos. Es un sumidero de tiempo. Ese es el gran pero.
Al revisitarlo me ha impresionado el desarrollo de un mundo enorme, clases, equipos, profesiones, razas. Me ha impresionado mucho más que entonces, porque entonces eran cosas cuya dificultad no terminaba de entender del todo. Disfruté del juego del modo más ignorante posible. No busqué información jamás, improvisaba.
Casi se me cae una lagrimilla al volver a subir al ascensor de Cima del Trueno. Ojalá no currar (y tener dinero, claro), o tener 20 años, o dejar de sentir esta compulsión por hacer algo significativo de algo que no lo es ni puede serlo. ¿Para qué, para vivir en el agobio? Quizá sea mejor relajarse, bajar la ventanilla, mirar el paisaje, dejar que siga el viaje sin darle vueltas de más. Ojalá poder vivir de ese modo, romper el ciclo del día de la marmota.