Es todo un placer levantarte por la mañana en el sofá, encontrar tus gafas en la cama, mirar las papeleras repletas de latas de medio litro de cerveza (en salón, dormitorio y cocina), la ropa alfombrando el parquet (ecos de otros combates del fin de semana), el camposanto del acuario, que una vez albergó trescientas vidas y ahora contiene trescientos cuerpos cartilaginosos mezclados con la mierda y la arena del fondo. Cd’s por el suelo, rallándose en rápida entropía, poner a sober en el reproductor, por ejemplo, dudaste si Grapelli o Davis pero hoy es día de cañita forte. De risa mesiánica. Es todo un placer porque sabe bien y sabe a mí, y me gusta mi sabor, es fuerte, acre, pero mío, ineluctablemente propio, íntimo, personal, refugio y no condena, hogar y no celda. Es una alegría inmensa sentarme aquí con un café y un cigarro (libros desperdigados en caótica y bella armonía), poner pose de broker y llamar a la inmobiliaria -ellos dan largas, porque están pillados éticamente pero tienen un contrato firmado, y lo primero les da igual, no es ninguna novedad al fin y al cabo-. Llamar al curro a ver si se sabe algo y no se sabe nada. Y ayer fiesta con marcos y el galego, y she en forma de sms. El club de la lucha, casi nos destrozamos los hombros, porque estamos aburridos de poner lavadoras y tender la ropa y de cuando en cuando apetece hacer algo que no sea filosofar y andar a vueltas con unos y con otros que escribieron esto o lo otro. Y no pasó nada pero bebimos como cosacos cabreados sobre sus monturas de viento. Y dio igual pero fuimos felices, y hablamos y hablamos de unas cosas y de otras y de esto y de lo otro y siempre y de todo y gritamos y nos vaciamos y nos vaciamos y nos perdimos en el ritual -no escrito- de beber y beber cuando todo va bien, cuando todo va mal, cuando a cada uno le va como le va. Y en esos días en los que todo está tan bien creado no puedo rastrear sombra alguna de resaca al día siguiente, porque se retira avergonzada de sí misma, no se gusta, no se cae bien, es pequeña comparada con, no es nada y nada parece y nada es. Y una llamada telefónica que hace crepitar mi vieja cafetera y hervir la sangre y alegría y vida. Risas. Sonrisas. Nos vemos. Claro. Qué día es. Hoy. Cuánto queda. Nada. En realidad nada. No mucho. Vale. ¿Sabes? Sí. Yo también. Claro. Qué raro. Mucho. Catorce años, regresión. Sí. Dígolo. ¿El qué? Lo mismo. Está bien. Cuídate. Igualmente. Te llamo. Cuando quieras. Claro. Tengo que… Ya. Click. Y volver a mi camposanto acuático y a los ecos de combates desperdigados por el suelo y ceniceros repletos y papeleras repletas y una vida magnificamente deshecha y bellamente desordenada y confusa y yo en ella me huelo, mi acre y fuerte olor de mí mismo para mí mismo, aquí en medio. Es todo un placer levantarte así, de este modo, tan vivo.
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Reguero de leche sobre la mesa del salón. Gotas blancas, un nervio que desemboca en el delta del borde para ir a morir al suelo. Me quedo mirando esta curiosa creación un rato, más porque era el último resto de leche que contiene mi nevera desvalijada y violada que por otra cosa, o al menos al principio. Resulta que he hecho una maqueta de un río por ser tan descuidado. Y de repente me pregunto si, en el caso de que hubiera un creador, no le pasaría exactamente lo mismo cuando echó todo a rodar. Y después se quedó mirando, como yo, los restos descontrolados de lo que iba a ser su desayuno.
Por si acaso, no lo limpio.