Cuando se saciaron los cuerpos, lo que ya fue, de por sí, insondable, las almas empezaron a hablar. Y no encuentro palabras para describir su canto. No es siempre así, iris-músculo activo pupila diminuta, sólo en determinadas circunstancias, con personas determinadas, segundos concretos que existen mejor y más intensamente, que concentran la vida en un punto y la multiplican.
La vida parece enorme entonces.
Y no se piensa, porque se vive. Pensar viene luego, más tarde, quizá con un café con leche y un cigarro, ya de mañana, sentado en el ordenador, preguntándome ¿qué leches ha pasado?
– Addenda de lectura encarecidamente opcional –
Rutinas, quiddidades. Como cada mañana no quiero ir al trabajo, como cada mediodía se me olvidará en cuanto entre por la oficina y salude. Como cada mañana quiero limpiar el salón, se me pasará cuando salga por la puerta de casa y me deje mecer por el frío incombustible e incólume de fuera. Rutinas, quiddidades de una vida despistada. Tengo una novela en la cabeza pero, de momento, no la escribo. El agujero es demasiado grande, no sé si me explico. He empezado a dormir mejor, más horas, profundamente, y me levanto nuevecito, pero con agujero. A la hora de comer aparto una porción para el ajujero, cuando me ducho le dejo bien limpito. Cuando beso en parte beso yo y en parte el agujero, y en parte acaricio yo y en parte él, desde su presión bajo el plexo solar, desde su carga de vacío (sobre todo) y angustia (más de lo mismo). Nunca desaparece, pero cuando beso y estoy agusto y estoy con quien quiero hace las paces conmigo, y me hace olvidar la angustia, el vacío. Quiddidades, rutinas de una vida despistada. Cuando trabajo entiendo que el agujero es mucho más eficaz que yo mismo, porque él busca sentido y casi cualquiera, según el momento, le vale. Cuando toco la guitarra, no me engaño, es el agujero quien la toca solito. Por eso lloro y me estremezco y reviento y me quedo afónico: su carga de rabia (defensa ante la angustia, el vacío) es infinita y necesita cauces por donde salir, o implosionaría dejándome herido y maltrecho. Cuando te sonrío es casi él quien lo hace, contento. El agujero no va a desaparecer jamás, pero estoy esperando a que, algún día, si hago lo que tengo que hacer, haga definitivamente las paces conmigo, levantemos embajadas juntos, abramos las aduanas, establezcamos relaciones comerciales firmes, sólidas, inquebrantables. Mientras tanto él está ahí, enorme, con su angustia y su vacío y defendiendose en la rabia que se encauza en las canciones, los versos, los besos que doy y que recibo, las noches insanas de kombate en la arena del circo. Creo que ya le caigo mejor, que es menos la necesidad de equilibrar las reaciones, pero no lo sé concretamente. De momento no escribo la novela, porque no puedo. Porque todo se transforma en mierda y en dibujos dementes de escenas concienzudamente terribles, dolientes, llorosas. Y las cosas no son del todo así, ni lo fueron, ni lo serán. Uno quiere escribir algo parecido a, con una intención precisa. Y de momento no puedo. Pero si sigo así, besando y viviendo y comprendiendo que todo y cada cosa tiene un lugar fijado en mi biografía personal, un cuadro que se va construyendo con segundos que ya murieron para darme a mí la vida (pagando yo el precio de vivir -muriendo despacio), quizá consiga ver la fotografía bien enfocada, con un buen encuadre, y entonces, y sólo entonces, escribiré algo que me merezca la pena. Lo escribiremos ambos, el agujero y yo, juntos, hermanados y bien avenidos.