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el oído

Abre una cerveza, siéntate. Has llegado de alguna otra parte para aparecer en mi puerta, que siempre está abierta. Enciende las velas, yo me voy a quedar sentado, estoy tan cansado… No hace falta que te marches, no voy a dormir. Sólo quédate en silencio, cógeme la mano, si tú quieres. Hoy me gustaría hablar de la cultura sumeria, tan solo por aquello de la ciudad-dios, o el dios-ciudad. ¿No te parece increíble? Si tu vida es tener un lugar donde caerte muerto, tu ciudad es tu dios, marco de posibilidad de toda existencia. Pero es una gilipollez, no me escuches, no necesito que me comprendas, o que me prestes atención. Pon la tele, si quieres. Sólo déjame hablar. Así está bien. Perdóname que no te pregunte cómo estás tú, eso no será hoy, hoy no es posible, hoy no tengo fuerzas para más que para soltar lastre, broza. Perdóname que no me preocupe hoy por ti, aunque aún no sepas lo que debo agradecer que estés aquí. Eres una especie de hilo hacia la realidad diametral de los vivos. Un camino largo, estrecho y tortuoso hacia lo otro, que ya es mucho más que bastante.

Si me coges del pelo y me das un beso, como de hecho estás haciendo, me duermo despierto, zumbo. Llenemos los vasos mientras me doy tiempo para reubicar la situación, los pensamientos, las manos que se mueven nerviosas de la funda del sofá a tus caderas. Los vasos están llenos, encendemos unos cigarros y les dejamos prenderse en el cenicero mientras nos besamos, lengua mi que es lengua tu y vete a saber de quién es cada cual, porque no importa. Me vierto en tu boca de una forma que jamás podrán emular las palabras, la misma boca en contacto, aquella otra vez, con el oído, sentido del equilibrio (paradoja), siempre que se habla y se escucha el que habla intenta reequilibrar al otro, cambiar la proporción del líquido, invertir sistemas, reordenar procedimientos, uno cuando habla ataca, aún sin quererlo, al equilibrio del otro y al líquido, siempre al líquido, para hacer que el que escucha con atención mueva, mute, cambie, se transforme en algo parecido, un momentáneo sucedáneo. Porque eso es lo que trae consigo el oído, hablar, escuchar, ataque y defensa, homeostasis de líquidos para llegar a una suerte de equilibrio mutuo. Vasos comunicantes continentes contra el solipsismo.

Ahora ya es tarde y nos besamos mientras el día se retira tras el cristal de las ventanas. Ahora es otro el ritual y los cuerpos mandan a sus niños (neuronas) a la cama, y la piel es cerebro y orden y kaos y sentido y tolerancia, y ya no y ya no ya liberados de los conceptos (pequeñas cárceles de significado añadido) tomemos las cervezas y con ellas a otra parte y ya estamos borrachos y es bello, bello de un modo sublime (hermoso y terrible).

Y cuando vuelvan los conceptos ya se encargaran de contarnos lo que ellos dicen que hemos vivido.

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