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milímetros exactos

En el centro de la habitación, gracias al cordón umbilical del cable que serpenteaba hasta el pequeño hornillo desde una de las paredes del fondo, Tan preparaba algo que parecía comida. Sintió hambre, pero no quería tentar la suerte. Todo lo demás, todo lo que no era Tan y su improvisada cocina, era pintura. Marla, desnuda de la cintura a los hombros, daba brochazos a tres lienzos colocados uno al lado del otro, en éxtasis.

–¡Ha venido tu amigo! ¡Ha venido tu amigo!

Pero ella no se dio cuenta durante algún tiempo, no al menos hasta que girando la cabeza escorándose en una nueva perspectiva sus ojos toparon casualmente con él.

–Oh, estupendo. Tan, fuera. Necesito rebotar un poco.

Había algo en esos lienzos que no era capaz de descubrir. Algo en la sinceridad con la que le hacían entender cierta parte del mundo mientras los miraba. Él se esforzaba en evitarlo, y lo hacía de verdad, pero no conseguía más que sentirse atraído sin remedio por el modo en la que las formas y los colores dibujaban mentiras. Lo que había allí no era la realidad, él había visto y pensado lo suficiente como para saber que esos no eran los colores, que aquellas no eran exactamente las medidas, que era imposible que pudiera encontrarse con algo como lo que estaba mirando en ninguna parte más que allí. Y sin embargo… Sin embargo miraba, no perdía el contacto.

–Es buena, ¿eh?
–No tengo ni idea.
–Sí la tienes. Por supuesto que la tienes. Tú lo comprendes, y eso es lo que ella ve en ti.
–Lo que ella ve…
–Sí, rebotador, sí. Lo que ella ve en ti. Ella es una natural.
–¿Y yo?
–Esa es fácil. Tú eres un afortunado.
–¿Un afortunado?
–Claro. ¿Quieres saber en qué lo eres?
–Por supuesto. Sorpréndeme.
–En que seguridad está abajo. Y tú estás aquí.
–Seguridad no está abajo.
–¿Cómo lo sabes?
–Porque ya habrían llegado aquí.
–Oh, bien. La serpiente se muerde su propia cola. ¿Qué harías si ya hubieran llegado?
–Entregarme.
–Oh, ohoh, falso. Tenemos que huir, iluminado.
–¿Estoy soñando?
–Bueno, quizá estás imaginando que estás soñando que estás soñando. Pero desde luego no estás soñando.
–Me estás tomando el pelo.
–Te estoy tomando el pelo.
–Seguridad no está abajo.
–Por lo que sé, seguridad está abajo.
–Me aburres. Quiero seguir mirando los cuadros.
–¿Para qué? No son nada que no conozcas. Yo voy a salir por la ventana. Si sales rápido, te estaré esperando. ¿Ves aquella luz? Estaré detrás, en los callejones. ¿Podrás encontrarme?
–No.

Intentó no mancharse demasiado las suelas de los zapatos con pintura, le sería difícil explicarlo luego. Ella dormía, desnuda, en un precario equilibrio. La sábana le cubría la mitad izquierda del cuerpo, y la mitad derecha se protegía con los flecos de tela sobrantes. Se movía ligeramente al respirar, y cada vez que lo hacía trozos de piel aparecían y desaparecían aleatoriamente en cada uno de los movimientos. Bajó al portal, miró en las pequeñas grietas. Dentro no había agentes. En los buzones no había agentes. Registró en cada peldaño de la escalera y no encontró a ninguno.

Si alguien les había llamado lo había hecho mal. ¿Quién podría haber allí, de todos modos?

Volvió a subir y se sentó al lado del hornillo, después de apagarlo. Todo el conocimiento parecía surgir de aquella pequeña unidad eléctrica. Podía haberse dejado llevar por la situación y conferirle más poder del que tenía, pero no era nada más que eso. Algo humeando.

Ella despertó y le preguntó que dónde se habían dejado la realidad. Él le dijo que esa conversación le aburría, así que ella volvió a pintar. Y cada trazo que daba le pareció que estaba en el milímetro exacto en el que debía estar.

–Ha sido Tan, ¿no?
–Creo que sí.
–De acuerdo, entremos.

Ya estaban dentro, pensó. Lo importante debía ser salir.

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