La cultura suele ser intrincadamente autoreferencial, no lo puede evitar. A veces parece que sólo sabe hablar de sí misma.
Los análisis, las definiciones de escuelas, momentos, tendencias, no son más que una variación del mundo reificado que expresaba Arendt. Levantamos uno, y lo hacemos crecer en base a hablar de él una y otra vez. Convertimos materiales en objetos, y los nuevos comienzan a componer nuestra realidad en un bonito tirabuzón.
Arendt estaba hablando más bien de lo que hace al trabajo una tarea diferente de la labor en lo que produce. La reificación era más bien para ella ese arrancar a la naturaleza los materiales de construcción de un mundo de objetos que fabrica el hombre y después siguen una vida independiente de él. No duran eternamente, pero sí más que lo que lo hace aquello genera la labor, la esfera de las tareas repetitivas para proveernos de lo necesario.
Desde ese punto de vista la cultura es una reificación de la realidad que casi inmediatamente empieza a alimentarse de sí misma para avanzar.
Y por eso la cultura, según el punto y el lugar, puede llegar a ser una cosa aburridísima y descolocada. No sé qué es lo importante en la mayor parte de las ocasiones, pero sí sé cuándo una investigación se ha convertido en el seguimiento mecánico de una receta. Redundar en un algoritmo —en cuanto sucesión pasos automatizados— que se encarga, al mismo tiempo, de generar e interpretar cultura, es haber entrado en bucle para nada. Es el momento en el que la cultura se convierte en erudicción, y el mayor mérito es llenar la memoria y saber localizar esa información cuando llega el momento de extender las alas para pavonearse.
¿Es lo que es en cuanto nos habla en cierto modo del mundo, o lo es por su capacidad de imbricarse y engordarse a sí misma?
Esa es la pregunta que me hago cuando dudo.
La cultura construye y al mismo tiempo es un identificador de pertenencia, y por ello debería liberarse el acceso. Dejarlo en manos de la capacidad adquisitiva es perpetuar las diferencias sociales.
La cultura, entendida ahora como el conjunto de significados que comparte un grupo, vengan de donde vengan, no solo construye mundos, sino que encapsula a seres humanos dentro de ellos. Constituye lo que vemos, cómo lo vemos y las variantes de nosotros mismos que somos capaces de valorar. En cierto modo lo es todo, porque sólo somos capaces de entender desde una burbuja, desde una perspectiva.
Nota: he elegido a Arendt porque estoy barruntando volver, veinte años después, a la condición humana y porque, sinceramente, da igual desde dónde empezar. Yo qué sé, el fútbol, o el procesamiento industrial de los cacahuetes salados, todo tiene que terminar forzosamente en las mismas conclusiones. El mundo que subyace y articula todo es el mismo.