Cuando vi por primera vez a David, antes de toda la vorágine actual, cuando ya componía para Los Caños, fue en el primer festival (y, lamentablemente, último) del Shakespeare in Rocks. Tocaban, entre otros, Kiko Tovar, Carlos Chaouen y Esperanza Grau. El concierto no estuvo mal, en el auditorio (ejem) del parque Cataluña, en Alcobendas. Tovar estuvo íntimo y pizpireto, Carlos borracho y distante, Grau inmensa. Y de repente nos meten a este buen hombre gaditano, que lo primero que dijo fue que venía de coger shirlas y después, lamentablemente, se puso a cantar. En medio de un montón de imágenes de sentimientos, me encontré con un traficante de sentimientos. No pude decir nada, la música era la esperada, ninguna novedad en el frente, las letras, de puro manidas, no conseguían transmitir nada. Excepto, claro, a un repertorio de tías con gran sentido crítico mal orientado, porque estaba dirigido a las greñas y la carita. Aunque hubiera cantado la internacional socialista le hubieran amado de igual modo. Chaouen sigue en la sombra, esperando, y de María está donde está. Nada nuevo bajo el sol, lo peor no es que no ganaran los buenos, sino que tampoco ganaron los hijos de puta, ganaron los cachorrillos de humano.
A mí, a ratos, me gustaría meter la cabeza en un agujero. Si estoy tan equivocado y tan en minoría, no sé qué coño pinto en estos trazos. La verdad es una cuestión de media estadística.
En tal caso, sobro. Me escondo. Me pliego en el bolsillo. Mientras todo siga así, no hay problema. Yo la verdad me la aplico a mí mismo, pero no arranco guerras santas. Que no lo hagan conmigo.