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lunas nuevas

Me dijo que quería volver a ver al tipo que fue, y yo no tenía realmente claro qué se podía hacer con eso, más que quizá no parar en esta especie de estar llorando sin manifestarlo que nos traíamos entre los dos. «Fumar mata», repetía, «pero más seguir comprando esta mierda de pescado». Y se reía, nervioso, sin hacerse demasiada gracia ni siquiera a sí mismo. Un alma penando en el purgatorio del paro, la nevera vacía, las opciones nulas, el futuro embargado. Y como ambos sabíamos que no había mucho más que hacer seguíamos empeñándonos en la cerveza y en arrancar algunos acordes de la guitarra de cuerdas inafinables de segundo uso, de vuelta al servicio para sustituir las nuevas según se habían ido rompiendo. Las cuerdas de «por si acaso» que se convierten en la única opción posible. Es una realidad como un planeta entero, pero también una buena metáfora de todo. Arrancábamos un par de acordes y cantábamos algo, le dábamos un trago largo a la cerveza, agotábamos la extensión del movimiento y lo dejábamos. Teníamos unos folios y un bolígrafo con el que íbamos anotando algunas frases que nos parecían mejor que las demás. «Pensar es un destino vacacional». Algunos garabatos. Soluciones caseras de autoayuda que dudo que vayan a estar alguna vez en un libro. De cuando en cuando él se levantaba, iba al baño, meaba, tiraba de la cadena y volvía con la pernera del pantalón empapada, goteando lentamente hasta que dejaba de hacerlo. A la derecha de la pata de la silla de Ikea tenía un pequeño charquito que inspiraba una ternura infinita recogida en un hueco tan pequeño como un par de centímetros cuadrados.

Le prestaba algo de dinero de cuando en cuando, no mucho. Le llevaba algo de comida, no mucha. En ambas frases he querido escribir «lo que podía», pero no hubiera sido justo. Lo que tiene ser un mierda con suerte es que, aunque no dejas de ser un mierda, tienes suerte. Es conveniente no olvidar que no puedes hacer nada para ponerla de tu lado, es conveniente ser sincero con uno mismo y recordarlo y, sobre todo, es conveniente repartir tu miseria para que la de los demás sea menos voraz. No pensando en que mañana esa silla y el charquito pueden ser tuyos, cosa que no sabes ni puedes saber, sino porque ciertas situaciones, simplemente, no están bien. Les falta legitimidad. No es legítimo que alguien lo pierda todo en un mundo hecho por humanos para humanos. Perder todo lo que tienes en un momento dado no es problema, perder el futuro sí lo es.

La miseria acaba con todo, y la caridad agudiza el problema. La miseria se aferra a tu garganta y te deja mudo y repiquetéa constantemente por tus neuronas, aniquilándolas, haciendo estragos por donde pasa, allanando el terreno que pierde profundidad y relieve. La miseria sin opciones es el castigo más terrible que nadie pueda sufrir jamás. Te queda tu cabeza, claro, y las canciones y las tardes de tomar unas cuantas cervezas con la guitarra y los papeles y el bolígrafo con el que ir anotando tonterías aquí y allí, pero sólo los más grandes genios pueden sacar algo decente de eso. Y genios no hay realmente demasiados. Lo que hay es gente normal, con sus cosas, con sus lamentaciones, con sus alegrías si todo va medianamente bien. De hecho, últimamente, realmente pienso que no existe ni ha existido ningún genio. Sólo tendencias, cosas que un cierto infantilismo en forma de mercado pone de moda de cuando en cuando y, si te pilla en medio, pues estupendo. Si no, puedes hartarte a probar mundo y comprobar que no te deja bocado. No hay nada más que los retos personales, que te llevarán a alguna parte o no te llevarán a ninguna. Lo importante es el viaje, dicen. Pero el viaje no se disfruta siempre. Hay muchas muchas cosas que pueden joderte el viaje.

La caridad es un regalo. No hacen falta regalos cuando tienes derechos. La caridad sólo sirve para limpiar un poco la ciénaga del que la ejerce, sin cambiar nada en absoluto. Soy muy consciente.

Los genios, quizá, tienen una fuerza mental que los demás no poseemos. Cabezonería. Tenerse en pie pase lo que pase. Pero descontando las horas empleadas no comprendo realmente qué tiene eso que ver con la genialidad. El desbaste del tiempo reventando contra la playa de tu autoestima. El preguntarte para qué, y por qué, y desde cuándo, y, sobre todo, y ahora qué. Ser capaz de sobreponerte a todo eso y al tiempo de descuento que es la muerte desde que naces, porque saber que cada hora no vuelve y sentirte responsable por cada una de ellas te vuelve loquísimo, y sé que es lo único que hay si no puedes relajarte cuando todo va mal, si la miseria te envuelve como una segunda piel. Cuando vas sobrado un par de días tomando el sol siempre es una buena opción, coger fuerzas. Cuando vas jodido y te han convencido de tu responsabilidad en el asunto cada minuto es el más importante de tu vida, y tú estás condenado a verlos irse uno después de otro sin nada de sustancia en el segundero. Ser un genio es quizá olvidar todo eso y ser capaz de enseñarle los dientes a tu vacío, agarrarte fuerte a lo que consideras importante y seguir ciego hacia delante sin reparar en las heridas que te están matando. No tengo ni la más remota idea.

Le gustaría ver al tipo que fue, me dice, para darle un par de consejos. No dejar este trabajo, no liarse con aquella tipa que le jodió una buena relación. A mí me gustaría decirle que eso no serviría de nada, que los caminos se pueden torcer por casi cualquier parte y no hay ninguna promesa de resultados mire donde mire. Pero para qué. Quizá ese pasado que se puede modificar es el único aliento que exhala entre calada y calada del cigarro. Yo no puedo saberlo y, al fin y al cabo, estoy siendo tan hipócrita como todos los demás, así que lo correcto es tragarme mis ideas tan dentro como pueda. Quizá ni él mismo se lo cree, pero quiere hacerlo. Y eso puede marcar la diferencia entre poco y nada. Entre este maldito frío y el cero absoluto. No importa lo que hayas hecho, en realidad. No importa cuántas veces te hayas equivocado ahora o entonces. Lo que sí importa y me reconcome es que la realidad sea capaz de entregar facturas como esta sin que la humanidad como conjunto tenga algo que decir.

¿Que me he equivocado? Mucho. ¿Qué podía haberlo hecho todo mejor? Y quién no. Pero a ver a qué viene todo esto, tanta saña. A ver a qué viene truncar lo que ya nunca va a ser por lo que se atrevió a ser. Son estupideces. Da igual. Palabras grandilocuentes. Lo que hay es lo que ves y lo que ves es lo único que va a haber. Podemos justificarnos horas todos juntos en una epifanía de amor mutuo, pero somos lo que hacemos, no lo que decimos. Ni siquiera somos lo que pensamos.

Somos lo que permitimos.

A mí esto no me salva ni por asomo. A él mucho menos.

La vida es otra cosa, pienso mientras vuelvo a casa para acostarme a una hora razonable para ser un tipo operativo mañana. Pero, sin embargo, esta vida que tenemos es eso, justo eso. No importa cual sea tu situación o lo bien o mal que te vaya, en esas grietas está la definición de lo que somos. Esas grietas lo contienen todo.

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