La vida es un lío terrible, una suerte de coincidencias y desencuentros, un desastre, en líneas generales.
Mi casa es una orquesta. Suena la puerta de la entrada, desprovista de pestillo, por las corrientes de aire. Toc. Toc. Suena el sistema cuántico de llaves que protegen el termo de la presión excesiva de las cañerías. Suena el cable roto que va del grifo al telefonillo de la ducha. Plac-plac. Gotitas que resuenan. Suena la nevera cuando se enciende y cuando se apaga, haciendo que el televisor parpadee en blanco y negro un segundo para un segundo después volver al color. El parquet se ha levantado allí donde cayó el agua del acuario, tengo un vesubio de madera tentando al cielo. Cualquier día entra en erupción y me llena de mierda plasmática o endogenética. Suena el palomar contra las paredes, suenan las cañerías, muertas de envidia. Suena la cisterna, que no cierra bien y está siempre cargándose un poquito, en sorbos lentos…
Decir que, en líneas generales, todo ello no es una metáfora de mi propia vida sería contravenir un par de leyes de la relatividad general y algunas de la cinética. Sobre todo se contravendría la segunda ley de la termodinámica. Esa sí que es específica de mi caso.
Y mientras la botia daba tumbos muerta mecida por las leves corrientes que la bomba de aire genera en el acuario, yo acababa el café. Miraba a la botia, miraba el volcán de generación reciente. Miraba las mañanas, miraba las noches, miraba las palabras con las encías sangrantes, rotas. Quizá tenga escorbuto o algo así. No como mucha fruta, últimamente. Nada. Quizá algo peor, yo qué sé. Resignado y con una media sonrisa entre los labios miraba. En el fondo derretido porque el caos es el modo en el que me gusta vivir. La entropía es una realidad que no me hace falta negar. Me deshago. Mi pequeño sistema ordenado pierde la gravedad que lo cohesiona y empieza a expandirse en el caos. Me disperso. Ya no tengo la fuerza suficiente como para mantener todo esto unido. Estoy en otra parte.
Y allí donde las cosas fueron generadas es donde deberán destruirse por necesidad, cumpliendo expiación conforme a su injusticia con el orden del tiempo. Anaximandro convivía con la entropía. No sé si le gustaba, pero la conocía y la asumía perfectamente. Menudo fiera. Qué curioso que precisamente nos legara ese fragmento tan terrible y tan lúcido (lo que viene a ser lo mismo, la lucidez es, en sí, terrible, porque todos estamos medio idiotizados todo el tiempo).
Acabé el café y me levante. Cogí la cesta y recogí en ella a la botia. No puedo negar que en la cocina se me escurrieron un par de lágrimas. Nada serio. Le había cogido mucho cariño, la verdad. Pero es ley de vida, los que no se van se mueren, y si no te vas tú o te mueres tú mismo. Fui al baño para mirarme al espejo, comprobando si aún estaba al otro lado.
Y lo estaba.
Me pareció suficiente, en este estado disfuncional de cosas.