La semana ideal. Si no fuera por la cantidad de cosas que tengo que hacer, y por la cantidad de gente con la que he quedado ya, me metía en la cama con una caja de valium y a tomar por culo la semana, durmiendo hasta el lunes. El lunes supongo que ya todo sería otra cosa.
Ayer, cuando llegué a casa del trabajo, el plecostomus había muerto.
Su cuerpo, fláccido, de costado, se mecía por las corrientes de agua. Estaba muerto. Diez años de pez a tomar por culo por un fallo en los tubos del filtro de agua. Vete en paz, colega. Te voy a echar de menos. Te voy a echar un huevo de menos. Ya te echo de menos.
Que no me vengan con cuentos, ya sé que los peces se mueren. Pero la vida es una mierda, generalmente.
El óbito se produjo en algún momento de la tarde, cuando yo no estaba. No pude estar contigo, colega. Tenía que pagar la luz y el agua, la comida y el alquiler, el precio de la vida misma. No vale casi nada. No pude verte morir, después de diez años de vida y cuatro de convivencia, ni siquiera pude verte morir.
Lo único que pude, hace un rato, es cogerte con la cesta, meterte en una bolsa llena de latas vacías de cerveza y tirarte al contenedor. Ahí estarás hasta que venga el camión de la basura. Un final bien triste. Al menos anoche te velamos. Yo te velé, colega. Ahí estás, ahora, en el contenedor, entre las mierdas de la mierda de gente que vive por aquí. Un pez, un pedazo de pez, un pedazo de cabrón, un colega, entre millones de envases de yogures y filetes y demás sandeces. Yo te velé, colega. Yo lo hice.
No quise hacerte una foto. No vale la pena. Tú ya no estás ahí.
Pero da lo mismo. Ahora tu cuerpo está ahí, a diez metros de mi casa, en un contenedor gris y naranja, pudriéndose en paz. No sé… qué hay de ti ahí. No puedo hacer otra cosa, no creo en nada, tío. No puedo hacer ninguna liturgia, excepto velarte. Estar con tu cuerpo cuando tú ya no estás en él. No sé por qué lo hice. Lo hice y punto. Tu propia entropía se resolvió en un trepidante golpe de efecto. Lo siento, colega, lo siento. Joder, tío, lo siento. Hacía un año que no revisaba los tubos. Jamás pasó nada. ¿Cómo iba yo a pensar que se iba a salir toda el agua por algún maldito lado? ¿Cómo iba yo a pensar ayer que te iba a joder vivo? Tú estabas de puta madre, antes de ayer te vi nadando como un cabrón. Pensé que todo había quedado en un susto de mierda.
Pero supongo que no.
Deberían dar un puto permiso para que la gente tuviera acuarios, con bichos dentro. Deberían hacer una mierda de examen, un puto psicotécnico. Yo creo que los suspendería todos. Lo siento, cabrón, lo siento. Lo siento, tío, perdóname, ni siquiera sé aún qué paso. Lo siento, tío, joder, lo siento. Cabronazo.
Me llevo tu cuerpo fláccido al contenedor, colega. Tú debes estar ya en otra parte, porque no protestas.
Me volví a mirar en el espejo, para volver a comprobar si estaba al otro lado.
Y lo estaba.
Y me pareció igualmente suficiente, en este estado disfuncional de cosas.
No sé dónde estoy. Tengo ganas de llorar de ganas de llorar.
Este post se perderá en la bitácora como lágrimas en la lluvia, que decía el replicante.
Porque todo es igual y tú lo sabes,
has llegado a tu casa, y has cerrado la puerta
con ese mismo gesto con que se tira un día,
con que se quita la hoja atrasada del calendario
cuando todo da igual y tú lo sabes.
Luís Rosales.
Solitario, triste y mudo
Háyase aquel cementerio
Sus habitantes no lloran
Qué félices son los muertos