Llueve, y es bueno porque se limpian las calles de mierdas de perro. Aunque, por otra parte, todo apesta a mierdas de perro, a orines de perro, a meados profundamente territoriales de gato, a mierdas de gato, a mierdas de palomas diarréicas plagadas de la lepra urbana que las mutila. Menuda sinfonía olfativa. Los buenos se mojan, pero los hijos de puta también. Todos se arrebujan en sus abrigos y en las marquesinas de las líneas de autobús. Algunos hijos de puta tienen coche y no se mojan, pero algunos buenos también lo tienen. La lluvia es medianamente democrática. Hace lo que puede. Como todos.
Escucho los ensayos con Over (cortesía del ínclito Jara, ahora Fer), y me sorprende que suenen tan bien. Suenan muy bien mientras llueve. Seguirán sonando igual cuando deje de hacerlo.
Yo me arrebujo en mi conciencia, aparatosa y complicada. La última semana fue perra. Los sueños. Uno no controla dónde va por las noches, pero después se despierta, se levanta, y tiene que vivir con ello. Tiene que vivir con el contenido de sus propios sueños como vive con su cara, sus manos, sus ojos. El trabajo puedes dejarlo, cambiar, pero tus manos no. Afortunadamente ya pasó, y anoche soñé algo distinto. No recuerdo qué, pero no tenía nada que ver. Sigamos así.
Voy haciendo las letras de Over mientras escribo el post. Eso sí que es vida. Escribir, componer. Lo demás es mentira. No me importa no ser objetivo. En la vida, lo único importante es establecer juicios a priori sobre todas las cosas, decía Boris Vian en el prólogo a La Espuma de los Días.
Llueve y todo está lleno de efluvios apestosos. Que sinceridad. Aplastante.