Mis dedos son tocones de madera cuando empuño la guitarra. Nunca puedo desprenderme de la rabia cuando estoy con ella (lo sé, hoy hablamos de ello). Esto es Daniel Hare, en mi cabeza. Intenté pulir la rabia, porque con él no hay. Es uno de los mejores cantautores que conozco (vivos o muertos, en activo o en letargo), y con eso ya sería suficiente. Pero además es una de las mejorcitas personas que conozco, una de las mejores alegrías que me depararon los días.
Hay muchas canciones tuyas que ya son, por derecho propio, parte integral de mi propia vida. Gracias. De verdad, tío, gracias.
El otro día me di cuenta de que la guitarra estaba hablando sola, y hablaba de ti.
Ahí te va, colega, no es mucho, pero tampoco es mucho lo que puedo hacer:
Cuídate, tío. Cuidaros todos.