Nos sentamos al borde del camino, en la hierba. Mirábamos lo desconocido, o lo que no entendimos nunca.
– Se está muy bien aquí.
– No sé, quizá haga un poco de frío, ¿no crees?
– Yo no noto nada.
Teníamos bocadillos de atún, recuerdo, y unas cervezas templadas. Una tortilla de patata. El rumor del viento sobre las hojas me hacía cosquillas en la nuca y los brazos.
– Definitivamente hace frío.
– Si quieres seguimos, entrarás en calor caminando.
– No, no hace falta, terminemos de comer.
Un hilo de aceite recorría la vaga distancia que se desdibuja de la comisura de tus labios a tu barbilla, por lo que te acerqué una servilleta y lo eliminé con cuidado.
– Ese gesto hubiera bastado un mundo, no hace mucho.
– Lo sé.
Cuando acabamos de merendar la luz se extinguía en el horizonte, y en un acuerdo tácito doblamos el paso para llegar al albergue antes de que se cerrara la noche. Sobre nosotros y sobre todo lo demás.
muy bonito tio…muy bonito