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Cansado, como cualquier buen domingo. El viernes cena con los del curro, vi a Dany Hare y a Sara y se me alegró el alma, por ambos. Quedaron emplazados en el concierto piloto, por supuesto. Cuento ya con seis o siete, no hay para muchos más. El sábado, cansado, fui al ensayo. Todo bien. Todo muy bien. Todo estupéndamente. Funciona. Por la noche no pude salir. Llamé al chino mientras el chaval de la dory, demasié y el galego miraban el partido. Después se fueron, yo me quedé. Estaba roto. Me levanté a las siete, y me acordé de Alonso. Puse la tele y me dormí. Terminé de verlo al mediodía. Lavé las cortinas, las jarapas. Después comí, fui a ver a mary y solano. Después volví, en bici, jugándome el tipo para despertarme. Ni con esas, sigo dormido. Recopilé libros por todas partes. Mañana tengo ensayo a las once, después curro, después tengo que ensayar mis propias canciones. No debo quedarme afónico, ahora no. Tengo la voz tocada, muchos berridos. No puedes evitarlo, la misma música te lleva a ello, bulle la sangre, fluye el odio, la alegría de vivir, la tristeza de estar siendo, la alegría del devenir, la tristeza de lo que permanece inmóvil. La alegría de ver todo rodar, la tristeza de tener la sensación, a veces, de que todo rueda por el mismo sitio. El viernes le enseñé las canciones a Loli. Creo que es una de las pocas personas que es capaz de entenderlas hasta sus últimas consecuencias, de ver más allá de las flores («estad conmigo cuando soy grande; lo demás es asunto mío»). Le encantaron porque llegó más allá de lo dicho, a lo que no se narra y que es la remadre del significado. Me gustó. Está muy bien no sentirse solo, de cuando en cuando. Uno tiene la absurda manía de ser comprendido, ya digo, al menos de cuando en cuando.

Y el sábado no me retuvo en casa el hastío, sino el cansancio que viene detrás de una descarga sobrecogedora de adrenalina. Vino el vecino, un viejo amigo del bajo y el batera, con su caravana de nieve. Yo soy un clásico, ya sabemos, no rompo mis normas si no considero oportuno hacerlo, a veces lo es. No esta vez. Ya digo que el ensayo fue magnífico. Fue brutal. Fue un completo Kombate. Solano dice que me gustan esos excesos. Pues claro que sí. Cómo no. Es fascinante que algo tenga tanta fuerza que, en un momento dado, reduzca todo lo demás a una mínima expresión de sí mismo. Incluso a uno mismo. Pura voz fluyendo con rabia sobre la brutalidad de las distorsiones cuidadas y los golpes (técnicos, rítmicos, pero golpes) de la batería. Tribal, hoguera y tipos dando saltos alrededor de ella. El mismo principio. Acabé y estaba eufórico, hiperactivo. Una hora después estaba muerto. Después de un kombate se paga el exceso de todo lo que has acometido.

Aún sigo cansado, mucho. He dormido bien, pero no importa. Hace tiempo que no tengo pesadillas. Tampoco importa. Hace tiempo que no me deprimo. Eso importa aún menos. A veces parece que vivir es muy sencillo. Y justo en ese momento se produce el milagro, y vivir es repentinamente fácil. Divertido, ¿no?

Pero es una farsa de actores, o un teatro. Las verdades siguen estando en el mismo sitio, entre bambalinas, donde no se debe mirar si uno quiere que no se caiga la significación de lo que sucede en el escenario. Difícil no mirar, pero perentorio. Si no miras todo es fácil. Si miras se complica un poquito. Alguna vez acaso todo se diluya, cambien las verdades. Ya nada signifique lo mismo. Alguna vez, acaso. Mientras tanto vivir es sencillo, mirar por la ventana, ver el coche de Koldo aparcando en la puerta. Abrir una lata de lata de cerveza, pensar en alguna película, en cerrar los ojos, abrazar la almohada, no hacer diagramas de nada, no racionalizar nada, somatizarlo todo…

hacer letras, cantar, seguir dibujando la espiral ascendente del logro. Todo en movimiento, abrir frentes. No cerrar los ojos, pero no mirar tampoco. Leer, leer mucho, currar las horas debidas, juntar los brazos para afiliarse a un credo sanador, a un milenarísmo escéptico (si se me entiende), ver la realidad guiñandome a mí mismo el ojo, de cuando en cuando, para saber que sigo aquí, de cualquier modo pero aquí…

dar un proto-concierto, con los de nunca, con los que no estuvieron, leer en sus ojos lo que expresen y darme cuenta de que el solipsismo es un invento tan racional como el pelapatatas, y tan inútil si cabe.

Después, lo más duro. Dormir como si nada. Como un niño. Sin saber nada, sin ninguna carga. Sin remodimientos. Sin ningún «lo que no» que dificulte abandonarse a la nada. Por un rato. Hasta mañana.

(Addenda:
y llama cisneros con ángela y salgo por la puerta tras despedirme de koldo, ¿para qué, si estoy tan cansado? Pues para seguir no mirando mientras veo las cosas

y hablando de paradojas:
especioso, sa.
(Del lat. speciōsus).
1. adj. Hermoso, precioso, perfecto.
2. adj. Aparente, engañoso.
rae).

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