Cansado de nuevo. Te levantas a las diez y te metes en la ducha con el café para ahorrar tiempo, sales corriendo al local de ensayo y de nuevo entras en combate. Apuras el tiempo porque estás bien, porque te sientes bien, porque estás haciendo algo que sabes es una barbaridad, que tiene tanta fuerza como para partir tu historia en dos. Llegas al curro, desfallecido, introduces un sandwitch de máquina en el esófago, pa ver qué tal anda, le empujas con una coca-cola de lata y un café con leche, un cigarro, un tumbo. Entras a la sala y produces, que ahora mismo es lo suyo.
Las horas se arrastran, se masca la tensión, hay mucho que hacer y te diviertes haciéndolo, tentando los senderos anegados de falta de sueño de tus sinapsis neuronales, suturas conceptos, ideas, prolegómenos, silencios, respuestas condicionadas. Tomas el bus de estar aquí, ahora mismo y por que sí.
Luego ya se lió. Hay gente que está esperando entrar en tu casa. Te vienen a buscar. Estás cansado (pero un cantautor (por ejemplo) que ya lo ha dicho todo sólo tiene dos caminos, y mejor aún si mezcla ambos), pero sabes que estás dentro, que no paras. Te duele todo el cuerpo, extenuado, pero no hay tiempo, hay que llenar el engrañaje de nuevo, para que no chirríe, que es lo que más temes casi todo el tiempo y… después llegará la noche y has encontrado el remedio para dormir como un bendito, y es no parar, y es torturarte con la actividad, y es estar siempre cantando, siempre riendo, siempre hablando, siempre tomando cerveza, siempre en medio del meollo, en el centro del tornado de la vida misma.
Eso es todo.
(Taradez de turno.
Hay una cosa clara, chisporroteante y curiosa. Cuando se cuenta la teoría del bufón nadie quiere estar con él. «No, no, no lo seas, se tú». Evidente. Todo el mundo quiere realismo. Eso me pasa por contar algo que no puede ser entendido, porque nada puede ser más real que todo este asunto. No se finge cuando no se interpreta. Pero es curioso ver como todo el mundo quiere al mimo hasta que el mimo dice que lo es contigo).