Hace una semana se me partió la pala izquierda.
Tampoco es que haya sido un drama, llevaba muerta al menos dos años. Se ha roto como un pequeño artificio visual que se descubre, una pequeña trampa de engaño. Ahora es aún más evidente que mi boca está hecha una mierda, pero lo único que se ha caido es la apariencia de no estarlo.
Y lo más curioso es que no es esa la sensación que tengo. Puedo morder correctamente, no me duele nada, como sin problemas. Mejor que todo este tiempo cuidando esa vela sin nada detrás para que no desapareciera el prodigio. Pero comprendo que estéticamente estoy jodido.
Lo que me hace preguntarme muchas cosas a raíz de ese culto a la boca. Los que carecen de algún diente y lo enseñan son unos parias, y no hay siquiera alguna figura pública que lleve su desdentismo con orgullo, denunciando el estigma del canino.
Los Himba se arrancan de cuajo los incisivos inferiores a los once años. En algunos sitios he leído que para que su boca se parezca a la de las vacas, cosa que no tiene sentido alguno, las vacas tienen incisivos inferiores. Otros dicen que para no resultar ser atractivos a los esclavistas, o por simple estética, o para pronunciar el idioma…
John Laroche, en Adaptation (El ladrón de orquídeas, 2002), retorcido por la culpa, con la boca medio vacía para no olvidar el accidente, como recuerdo que le impida volver a llevar una vida normal. El Club de la Lucha, «hasta la Mona Lisa envejece».
Al que le va bien tiene dientes y los muestra, sonríe como símbolo de salud y de integración. El diente es posibilidad de futuro y poder en el presente. El diente es vida y salud, y el desdentado es pobre, está seguramente enfermo y no es demasiado inteligente. El hueco no tiene recursos y nos recuerda la muerte. El hueco representa todo lo que no queremos.
Mi mandíbula se estrecha, mis muelas del juicio vinieron de frente. Mi incisivo inferior odiaba al superior y le fue dando cera hasta que ya fue demasiado tarde. Más dientes se dedicaron a lanzarse unos contra otros hasta que se hicieron añicos (no me hubiera pasado si fuera Himba). La única opción es resetear la boca: todo fuera, todo dentro. Me llamaréis especial, pero cuando la solución y el problema se parecen tanto me suelen brotar dudas, dudas por todas partes.
(¿Veis?, es imposible no hacerlo en esto: ya me estoy justificando).
Los dientes son una medida de la supervivencia, que se vigila y se calcula cuando uno conoce a alguien. Dientes por todas partes, alineados, blancos, perfectos. Y uno aquí en medio. Preguntándose a qué tanto, pero comprendiendo. Uno nace donde nace y es inevitable comprender por mucho que la pérdida te vaya relativizando el diente, desmontando su continua simetría visual.