Tras la tempestad, vino la calma. O eso parece.
Me tomo un café, sigo con las lecturas de Paniker, con la bicicleta, escarceo con las olimpiadas.
El sábado por la mañana no fue bueno. No quiero hablar de ello. Por la tarde me piré con Nano a por unas vallas en una transit prestada. Tocando la guitarra en la cabina mientras cantábamos. Cargamos unas vallas en un campo de cardos (los dos, ignorantes, íbamos con sandalias, aún hoy estoy sacándome pinchos del pie), tomamos unas cervezas en la bodega que se ha montado allí su tio, volvimos. Al llegar a su parcela descubrió que se había dejado las llaves en el coche. Él dentro, yo fuera, fuimos metiendo vallas y pies de cemento dentro de la finca. Acabamos cansados. Cogimos el coché y fuimos al chalet de Vir para recoger la bici de Nano. Allí comí algunos chorizos y tomé algo de cerveza rica. Vi la nueva moto de Mata, una máquina. Vir estaba guapa, como siempre, Mata estaba Mata, como me gusta. Nos fuimos después al chalet de Hare y Sara, para conocerlo. Escarceos con Nano (no me gusta ver como dañan a la gente, y entre eso y mi estado anímico perdí el control y discutimos). Allí estaba Goyo, Ortondo y una amiga de Sara.
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Les vi bien. Ambos viajan mucho, casi demasiado. Ella hace algo relevante en la cadena Melia y él es el responsable en España de una empresa de pegamentos industriales. No sé cómo harán para compatibilizar sus estancias en casa, pero, en principio, no parecía que nada estuviera fuera de sitio. Se fueron yendo todos, y nos quedamos charlando y tocando Hare, Sara y yo hasta las dos del mediodía siguiente. Charlamos de todo. A ratos me emocioné, a ratos me intelectualicé. Pero fue una buena conversación (si no, a ver a santo de qué aguantamos despiertos más de doce horas, sólo hablando y tocando en brevísimos intervalos). Después en el coche Hare me adentró un pelín más en su universo.
Me siento unido a Hare, no sé si esto es realmente así, porque no nos vemos demasiado. Me gusta verle tocar, el lugar donde su torpeza endémica de koala se transforma en delicadeza purísima. Es el mejor, con diferencia, de todos nosotros. También estuvo Agustín Alegre, que nos hizo sudar tinta con el timbre hermoso de su voz, con su depurada técnica e increible sensibilidad tanto con la guitarra como con la garganta.
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Allí estaba Goyo, se le veía gordo. Goyo siempre me ha preocupado, desestresa yuppies organizando actividades multitudinarias, pero más bien parece que lo hace con las manos, y que metaboliza todo el estrés de los demás y lo acumula en los costados. Me preocupa porque le veo en un estado muy parecido al mío, en constante equilibrio. Los equilibrios precarios tienen la virtud de causar etapas de euforía y otras de depresión absoluta. No hablamos mucho, y además se durmió pronto. Ortondo estuvo sembrado, nos hizo reir hasta el punto de sufrir de discocaciones de mandíbula generalizadas.
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Yo también estuve allí. Miraba, al principio, a todos, y me sentía bien. No muy dentro, pero bien por estar allí. Después me fui integrando y todo fue mejor. Es muy complicado salir de la ruína personal para entrar en cualquier parte, y menos en unas fechas tan señaladas.
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Los días pueden ser vistos como números en un calendario, y entonces, si se da el caso, duelen. Pero esto nunca ha sido importante para mí, no sé por qué ahora voy buscando correspondencias (o dándoles importancia cuando devienen, al menos). El caso, me diría cualquiera, es que cuando estás jodido (más bien, amputado) todo vale.
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Volví y me dormí viendo fórmula 1. Cuando desperté, estaba hundido. Llamaron al telefonillo y era Jara, que acababa de llegar de vacaciones. Nos fuimos a dar una vuelta. Seguimos hablando (soy el más charlatan de los cuerpos políticos), de tensiones, de grupos, de relaciones. Cuando me metí en casa estaba mejor, y me dormí en cuanto pude.
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Al despertarme hoy mandé un mensaje a Nano disculpándome, se va quince días a la playa con la niña, pero no podía dejar la tensión todo ese tiempo hasta invitarle a un café. Bici, café, Paniker tras la ducha. La calma no es lo mismo que la bonanza, pero, al menos, no es mala de por sí. Mañana vuelvo al trabajo y, si no fuera por los horarios rígidos, tendría hasta ganas. Allí ya hay un orden dado, no hay que andar comiéndose la cabeza para darle sentido a lo que haces. Dejas los pies en la puerta y te sostienes con los de otros.
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Lo estuvimos hablando. Quizá ya no se pueda hablar de amor, pero desde luego sí todavía de la intimidad y la comprensión profunda. Eso se echa en falta. Se comprendió correctamente.
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Es decir, viejo cabrón, que todo sigue. Y todo sigue bien, relativamente pero bien. Nada está aun dicho en tu vida, amigo. Nada. Es cierto que te amputaron algo más que un miembro, pero sigues, tambaleándote pero sigues, y aún te quedan muchos momentos por los que merece la pena, sin dudarlo un segundo, vivir. Y tienes el reencuentro con Vic y Leti, que ya es hora.
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Pero es bien cierto que no me apetece limpiar y, al mismo tiempo, no quiero sobrellevar las consecuencias de no hacerlo. Cosas que pasan. Es cierto que todo se desarticula poco a poco, con la leve entropía del vivir. Es cierto que no me apetece tocar la guitarra, ni liarme con la novela. Iré a comer con mis padres, a ver a mi hermana, a ver a Jara. A estar. Mucho mejor que estar tumbado en el sofá, comiendo techo. Es cierto que la calma no es igual que la bonanza, jejeje. No tiene nada que ver. La calma es el vacío. La bonanza es la plenitud. El dolor es la plenitud inútil. Dos extremos de una misma vida, en teoría.
Del fin de semana me guardo la belleza, las uñas rotas, la garganta silente. El amarillo del atardecer sobre los tejados rojos del ninguna parte excepcional que está por todas partes. Las cosas, amarillas y rotas, que pululan ante mis ojos, el ruido que intenta apagar el sonido de la armonía de las esferas, la charla que agota el pensamiento en el esfuerzo de fonar y escuchar. La felicidad de los demás, siempre teñida de rosa en tu propia consciencia.
«Eso es lo que a usted le parece, porque vive sin alcanzar nunca la verdadera dimensión de las cosas, es usted una hierba amarga, un vinagre transformado en hombre. ¡Está lleno de ácidos que le hierven dentro como en una retorta de alquimista! Daría usted la vida por descubrir a su alrededor la fealdad que lleva dentro de sí mismo.»
Milan Kundera. La despedida.
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Al mismo tiempo, y en el mismo grado (pienso) que se da la leve entropía del vivir, sucede sin duda un extraño proceso: la leve terapia del vivir.