Ha sido un momentito sólo de pasada.
Ayer, tras comprar un par de cervezas en la bodeguilla de los abuelos de abajo, encendí el ordenador. Pasé un momento al baño para dialogar con la taza de asuntos personales que sólo nos afectan a ambos, y me lié con el tercer capítulo de la novela, nutrido pero aún sin nombre.
La noche pasaba sin darme cuenta, y se encendieron las luces de las farolas mientras yo apuraba la primera cerveza y colocaba un punto y aparte a propósito. No me llevo bien con un par de personajes, los detesto, pero son picajosos y molestos y se abren hueco a codazos en la historia. No puedo prescindir de ellos, porque no quieren prescindir de sí mismos. Uno de ellos es el protagonista, se parece demasiado a mí mismo, pero con matices. En esos matices está la molestia. Es como mirarme en un espejo de azogue podrido, una imagen deformada de mí mismo pero, al mismo tiempo, tan parecida en líneas generales que inquieta. No me gusta verle haciendo lo que hace, pero las historias son coherentes y, una vez que empiezan, en seguida reducen las posibles opciones de desarrollo.
Me acordaba del fin de semana y me parecía cansado, muy cansado, una hecatombe. Me pregunto qué sentido tiene todo esto una vez que ya ha sudecido. Mientras sucede es la misma vida, es divertido, pero una vez que llega el lunes… ¿qué resta? Creo que hacerse esa pregunta constituye, en el hecho mismo, un problema.
Bah, no digo más que tonterías.