al otro lado del espejo.
Se habían ido quedando calvos de ganas,
huérfanos de cosas que mirar,
de sitios a los que ir y tomar algo.
Habían esponjado primero y triturado después
todos los puntos de interés curístico.
Ya no quedaban esos puntos rojos en el mapa.
Nada hubo mejor que nada y nada podía serlo.
Esclavos del
pan
la carne
el ajo
y el pescado
era milimétricamente eso lo que les había quedado.
Rotores, pernos, engranajes duros que machacan
tu llama
sitiando por hambre el cerebro.
Asfixia por sobredosis.
Sobredosis como pantalla de humo.
Puedes hacer lo que quieras.
Si eres capaz de permitírtelo.
Nada es gratis, ni siquiera el sol.
De entre todas las cosas,
mucho menos el sol que todas
y cada una
de las demás.
Y menos aún el tuyo.
El propio.