y se nota. No puedes ir muy lejos sin encontrar una puerta estelar que te lleve al siguiente sistema. Después al siguiente. Después al siguiente. No sabrás si en alguno de ellos te están esperando para acariciarte, llevarte al éxtasis de la destrucción. Para eso deberías llevar un explorador delante.
No saltar de puerta estelar en puerta estelar sin más, teme la burbuja que dejará tu nave inoperativa mientras te vuelan el casco, recorre los sistemas y guarda localizaciones seguras aleatorias a las que poder saltar en caso de necesidad, en tu estación habitual guarda un punto que te permita atracar inmediatamente, cámbialo a menudo, no repitas lugares seguros, no repitas nada, no dejes huellas.
No te hagas predecible. Sobre todo no te vuelvas predecible. En ese segundo estarás muerto.
El espacio es enorme y no le importas a nadie. Eso es la experiencia radical que puedo sacar de tres meses como capsulero ocasional. El espacio es enorme y justo cuando entres en colisión con los intereses de otra persona puede que entres literalmente en colisión con ella. No te vuelvas predecible, no recorras la predictibilidad de los demás excepto cuando puedas —y quieras— aprovecharte de ella, vigila para no estar en medio cuando las cosas sucedan.
Eso es Eve Online. Un espacio infinito en un sólo servidor en el que pilotos compiten, se odian, colaboran, guerrean, se montan corporaciones enormes y alianzas de corporaciones que hacen política entre ellas, conversaciones que deciden el juego de miles de personas. Todo en un solo sitio.
Está lleno de estrellas y se nota.
Una pesadilla de la que aprender, en la que ninguna normativa te protege y la única fuerza reguladora es el poder. El tuyo, el de los tuyos. El del otro, el de los demás. Una pesadilla que, de hecho, es muy real hoy.
No vueles en nada que no puedas afrontar perder.