como
«si no lo hubiera hecho yo lo hubiera hecho otro».
Lo odio a muerte si es falso. Lo odio mucho más si es cierto.
O como
«el que no sabe cómo mantenerse a flote merece estar muerto, merece lo que le pase»
pero
¿de qué coño de humanidad estamos hablando?
Odio, con locura, que me pidan pasta a la entrada de los supermercados, porque me pregunto
¿cómo cojones permitimos que todo dependa de la caridad?
¿sabes a lo que me refiero?
La caridad es una voluntad, no un derecho.
Es un estado de ánimo.
La caridad es circunstancial, un derecho es siempre válido.
Odio cuando dicen, «lo básico, sí, excepto para los que no se lo merecen».
¿Quién cojones decide quién no se lo merece?
Odio a la gente que defiende el sistema de que los que más tienen van a ser los que más tengan siempre y
oye
que yo he entrado en el juego
que pago mi casa, y mi luz, y mi agua
y pago la ropa que llevo
y pago mis vicios, todos ellos, todos y cada uno de ellos
sacrificándome entero (¿negrita, cursiva, subrayado?)
Y aún así no comprendo cómo es posible que la gente no tenga ni siquiera derecho
a un techo.
Derecho a vivir.
Los convenios son la regulación de la esclavitud. Y tú lo sabes.
Es cierto.
La zanahoria del «quizá tú seas rico mañana»
y esas mierdas.
Jugamos a un juego horrible en el que vemos
cada día
a gente
en la calle
pidiéndonos algo
para poder
comer
(mientras compramos un juego online, nosotros lo hacemos,
yo, por supuesto, lo hago).
Alimentarse.
Y nos decimos «eh, nosotros no estamos en eso»
Sin preguntarnos
«¿por qué nadie tendría que estar en eso?»
Por qué cojones nadie, en un mundo como este, tiene que estar en eso.
Si esto es civilización yo me piro.
Yo lo dejo.
Me han educado para amar mis propias argollas. Para darles besos.
Pero quizá, algún día, no lo haga más.
¿Y entonces qué, seré un hijoputa,
un deshecho?
¿No seguiré siendo el mismo?
¿No seguiré siendo ese yo al que aman los que aman y odian los que odian?
¿Seré algo, en concreto?