Déjame con mis recuerdos, con aroma a humo de flores, el chascar de los corazones cuando me decían «corta el vuelo». Y me ha sobrado el suelo para apagar soles que alumbraban mi mal camino: me da igual el güisqui barato que acabar borracho con el mejor vino.
El fuego del último trago, la violencia de mis ladridos. El cielo viene clareando, otro día en blanco tirado al olvido y te digo…
Qué absurdo,
mi reina que hoy sufre
por si ahogo mis penas respirando azufre.
Me ofrece sus besos,
ni muerto,
mirarte a los ojos es quedarme tuerto.
Prefiero mi huerto desierto.
Ahora llaman a mi puerta y no entiendo esa insistencia. Ojalá fuera la muerte con dos mil castigos, y no tu presencia que quiere salvarme la vida, aquella que bien malograste. Parece que muy pronto olvidas, te cubres de gloria y quiero recordarte: el desprecio de tu mirada, mi espalda a traición malherida arañando marcos de puertas, tu cuerpo en oferta me hundió en la bebida.
Que siga.
Qué absurdo,
mi reina que hoy sufre
por si ahogo mis penas respirando azufre.
Me ofrece sus besos,
ni muerto,
mirarte a los ojos es quedarme tuerto.
Prefiero mi huerto desierto.