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domingos

Me pregunto, a veces, qué tontería es esta de escribir. Qué tontería es esta de escribir aquí, es más. Pero no tengo demasiadas respuestas, aunque con una sola vale: para no volverme loco del todo. Hoy es domingo de resaca, domingo habitual. Tengo ganas de ver a mis padres, así que iré a comer con ellos. No tengo mucha hambre. Tengo té y libros preparados para esta tarde. Supongo que me gustaría… no sé, por eso leo, porque no sé qué me gustaría hacer. Mañana el curro, que nunca viene mal del todo (jesús, qué cosas digo), la misma vida otra vez, los estudios (septiembre debe ser sinónimo de licenciatura). A lo mejor durante todo el tiempo estoy esperando una llamada, espero que no, porque aún estoy en pruebas de la nueva situación. No me he sentido deprimido desde el miércoles por la tarde, y eso es sano. Muy sano.

Pero los domingos suelen ser otra cosa, acíbar y contorsionada. Convulsos, reactivos, tristes. Eso si no cojo un buen libro, o si no se pasa alguien por aquí a tocar algo, a reír un rato. Qué cosas.

Cuando todo se calma aparece un nuevo y extraño desasosiego. Y otra liberación, más tímida. El desasosiego es que vuelve a preocuparte tu vida, y la has tenido desatendida últimamente. La liberación es que, en eso, en mi vida, sí que tengo posibilidades de acción, puedo cambiar cosas, puedo ir por donde quiero. En el otro caso, en la otra realidad (o como me dé por llamarlo) no tengo ninguna, movimientos infructuosos que, además, solían doler terriblemente. Recuerdo, ya sin tristeza, pero sí con lástima, la cantidad ingente y vergonzosa de domingos que me he tirado esperando, mirando el reloj, constatando además cómo se acrecentaba la desesperación según caía la noche. No le guardo rencor a ese tipo en modo alguno: sólo hacía lo que podía. Pero me gustaría haberle sabido decir quién no iba a venir (aunque, a veces, venía, y eso hacía más difícil no pasar el domingo siguiente mirando el reloj y viendo engordar la desesperación), o al menos haber sabido decirle que, ya que iba a esperar, podía hacerlo con un buen libro. Siempre se saca algo. Siempre entra material que puede servir para darle vueltas a cosas diferentes.

Y ahí es donde se justifica lo de escribir. Lo voy escribiendo todo, no tengo ni idea de si terminaré haciendo una novela o me limitaré a guardarlo en mi disco duro, a echarle un vistazo somero de vez en cuando. Pero sí sé que necesito sacar eso fuera, y que hablando es difícil porque da la sensación de que estoy jodido, cuando únicamente estoy purgando la presión sobrante, para que no me reviente la cabeza. Una experiencia traumática por mi propia condición, por mi visión desenfocada del mundo. O porque soy un bestia en todo, no iba a ser menos amando, supongo. El caso es que las cosas suceden, después las cuentas y se van haciendo parte de tu vida.

Hay gente que no sabe que si niegas la verdad a los demás es precisamente porque te la estás negando a ti mismo, y eso se enquista y, al final, metástasis. Buena conversación ayer con Goyo acerca de eso, de la gente que se pasa media vida diciendo «es que nadie me conoce realmente», con pena, al mismo tiempo que presentan un paquete personal de actitudes y comportamientos que distan mucho de ser ellos mismos. Ofrecen al mundo lo que quieren ser, y esto suele coincidir con lo que creen que el mundo espera. Pescadilla. Luego las lamentaciones, a veces, metástasis. No es agradable ver como estalla esa gente. No lo es en modo alguno.

Es raro hablar con ellos, normalmente sucede una hora y media de conversación antes de que realmente empiecen a decir algo. Eso los días que hay suerte. Mónica es así, Goyo a veces (aunque lo niegue le cuesta contar lo que le duele). Yo no tengo la inteligencia suficiente como para interpretar lo que el mundo pide. Por eso me limito a contarme. Si estoy jodido, lo estoy. Mi cerebro no da de sí hasta tal punto que me permita inventarme un personaje desgrasado y bajo en sal. Ahora no estoy jodido. Pero sí levemente triste, que no es lo mismo. Triste porque todo sigue, supongo, porque todo vuela, porque en el fondo no quiero estar triste y no puedo evitarlo, y porque no tiene sentido que las cosas tengan tan mala ostia como tienen, y porque es una necedad obviar lo obvio, y estoy además bastante confuso por la corrida de ayer. Por el brillo, por el olor a ozono de cuando va a suceder algo (normalmente las cosas pasan, no suceden, sólo de vez en cuando lo hacen), cuando te conectas a la misma vida (y siempre suele ser a través del contacto con la muerte, evidente), cuando te das cuenta, en esos momentos (y más que darte cuenta saboreas, palpas, oyes, hueles) de que no eres economista o ladrón de carteras, sino huesos, sangre, piel que tiene una relación extraña con la existencia. Cuando te das cuenta de que eso es lo importante, lo que te hace palpitar de emoción, lo que hace que tu piel tiemble, que tu cuerpo se ponga alerta, en tensión constante.

Hueles, palpas, saboreas, percibes de forma inmediata.

En el fondo me cae bien ese tipo, y me refiero al buen hombre que espera los domingos frente a un reloj, un teléfono móvil y una taza de café. Estoy a gusto con él. Ha perdido mucho tiempo en el dolor, pero le entiendo. Sufría por lo que amaba. No puedo cabrearme con él por eso. Las circunstancias son sombrías, pero se mantuvo firme en lo que sentía, no cubrió con telas las caras angostas de la tristeza, las colocó en un corcho, bien a la vista. No quería engañarse, y no lo hizo.

¿Y ahora?, me pregunto. ¿Ya no siento? Hay una frase en «lo es» que me encandiló y me llevó bailando a la ducha. En un momento determinado, un compañero casual de piso le dice al protagonista algo así como «no, ella no te ha abandonado, se ha aceptado a sí misma». Yo me lo aplico a mí, y me digo: «sientes lo mismo, y lo sabes, no hace falta mirar mucho, pero te has aceptado a ti mismo».

No sé si es un truco de trilero o una gran verdad, y no me importa demasiado. Porque el caso es que es una puerta que lleva a una habitación extraña donde puedo conciliar el bastión de mi confianza en el mundo (y no lo voy a explicar ahora) con las fuerzas para seguir mi propia vida. Un sitio desconocido hasta ahora. A ver qué hay dentro.

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