Son las doce de la noche. Ahí fuera hay toda una fiesta a la que no sé si ir. Sí, fui a las ventas. Fui. No sé qué opino. Me acojo a la quinta enmienda. En cuanto al público, una mierda.
aquello era más una reunión social que otra cosa. Había poca gente que estuviera allí precisamente para lo que se estaba. En ello incluyo a los toreros. No sé qué tiene el dinero, que lo pregna todo y rompe todo.
Ahora, mucho después, me huelen ligeramente los pies, no es un olor enfermizo (tampoco sano), es más bien un ligero tufillo interesante. Estoy cansado, a punto de darme una ducha. Probablemente nano venga a buscarme para ir a las fiestas, hay que tocar un rato. Tengo la voz al cien por cien, las ganas al doscientos por cien. Posiblemente sea así.
Pero todo esto… Goyo con sus lecciones de tauromaquia. Contándome cosas de Eneka, veterinaria y doctorada en el toro bravo. Me cuenta cosas de los mataderos que no sé si quiero oir (sí quiero). La gente va al ahorramás de turno y compra carne en paquetes de corcho blanco. Y no sabe cómo. No se pregunta cómo. No quiere saber cómo.
Si me preguntan, y esto no es una defensa de nada, yo preferiría morir como un toro, y no como carnaza esterilizada (con una buena descarga eléctrica). Y no es una defensa de nada,
porque nadie le pregunta al toro.
Me siento raro, raro y borracho, borracho y raro. Levemente apestoso, ya dije, y raro. Porque no es normal. No tiene sentido. No me siento bien. No me siento bien del todo.
Hablamos de pibas, hablamos de Mónica. Menudo asunto. Las pibas (y odio generalizar, pero lo hago conscientemente) hacen daño aunque no lo pretendan. Saben cosas que no siguen, sienten cosas que no quieren entender.
Uno con goyo se siente imbuido de poder. Será por la gente que conoce. Será porque estudió en el liceo. Vete a saber. El caso es que conoce a todo el mundo, cuanto más famoso, más lo conoce. El caso es que a uno (y con esto me refiero a mí) a veces le gustaría ser como él. El caso es que sí. El caso es que tiene una vida de lo más interesante.
Pero hoy, si no le acompaño, hubiera ido a los toros solo.
Eso es complicado de olvidar.
El caso es que me alegra saber lo de Mónica. Me siento menos solo. Las tías son así (no me gusta verme obligado a decir eso), tienen algo que demostrar, asunto educacional, asunto cerrado. Pueden ir en contra de lo que sienten. El caso es que me gustaría romper ese cierto silencio que mantengo en la bitácora y contarlo todo sobre… todo sobre… todo lo sucedido, pero aún no me decido. Algún día. No es oro todo lo que reluce, supongo. El caso es que el día que lo sepáis todo, quizá no sea todo tan bonito como parece (y, ya de por sí, no parece bonito…)
El caso es que goyo no ha bebido, y ha sido difícil, porque como estábamos en un palco vip han ofrecido tortilla, croquetas, jamón, fresas con azucar… y vino blanco afrutado a mansalva (rueda, 2003, joven pero intenso). Se ha mantenido. Yo no. Yo he bebido por tres. He confraternizado con los ricos del palco. La educación se nota. Parecía tan asqueroso como ellos con mi camisa gris perla y mi chaqueta de ante.
Soy un cabrón, un puto cabrón. Como sé que es alcohólico, le daba mi lata de cerveza para que me la sostuviera mientras sacaba fotos (123 fotos, 19 latas de cerveza), no ha probado ninguna.
Mientras un toro era arrastrado, cadáver sin vida, por la arena de la plaza, yo ofrecía croquetas amablemente a unas simpáticas abuelas. Normalidad.
Me he bebido el mundo. Ahí enfrente estaban matando. Era una carnicería.
Si les pinchaban bien con el estoque, sangraban por la boca. Luego bajamos a la arena (circo, dios…) toqué la sangre con mis manos. Sangre de animal muerto, sangre de ser muerto. Sangre de carnicería. No tuvo ninguna posibilidad. Aunque hubiera matado al torero, habría muerto.
No es una pelea limpia.
La arena que tiene la desdicha de ser tocada por la sangre termina en el contenedor de basura. No es un espectáculo digno. Esa sangre debería ser… conservada, de algún modo. Ahí hay un sacrificio, una muerte. Me cuido de decir una muerte digna, aunque lo pienso si la confronto con la muerte en el matadero.
Si tengo que escoger, ya lo dije, yo prefiero ser toro de lidia a ser toro sin más (carnaza), ya lo dije.
Me sentí raro.
Un tipo desafiando el frágil suspiro de la vida. Raro. Él estaba ahí, enfrentándose con la muerte. NO me extraña que los toreros terminen siendo filósofos.
Me gustaría saber, me gustaría saborear la relación entre el toro y el torero, esa relación mística que dura escasos quince minutos. Esas miradas…. ¿a qué responden?
Misterio.
(Llama fer, llama nano, llama oscar psyco)
Liturgia. La mitología, los órdenes místicos con los que le damos sentido a la vida. Liturgia por todas partes. Miro a Goyo, miro a la plaza y no puedo evitar llorar. Pero no por el toro. No, por las oleadas de significado que me recorren. Cada movimiento está lleno de significado. Cada gesto.
No sé lo que pienso. No sé lo que siento. Sólo sé que las cosas fluyen y no son sencillas, ni para ti (vida mía) ni para mí, ni para nadie. Nos aferramos a las liturgias, que son
ciclos
que
escancian
las
horas
y no somos armónicos, pero estamos llenos de necesidad de armonía.