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El puto rescate imposible

El tipo era un crack. Me di cuenta nada más verle. Había terminado en un bar cualquiera en este puñado de pueblos en los que me muevo últimamente para tomar un vino ahora que ya la cerveza no. Sólo quería entrar, tomarme mi vino, repudiar al mundo un rato antes de ir a casa, mirar los tomates, fregar los cacharros y hacer algo de cena, como una especie de epifanía antes de la brutal asumción de lo más terriblemente cotidiano y sujeto al ciclo de lo necesario. Fumarme unos cigarros de esa cosa que compro ahora que dice que es sin aditivos, como si fuera algo. Como si estuviera más cerca de algo. Como si estuviera manteniéndome firme ante alguna maldita cosa en esa pútrida vida que a todos, cada cual a su modo, nos ocupa.

el tipo era un crack

y lo demostraba. Tenía agallas, creo. Tenía una cierta resiliencia en la piel, algo fraguado en años. Una cierta capacidad de mantenerse en el asombro y la adaptación sin renunciar a algo extraño que era el centro de sí mismo y algo así como una escala de valores fija, irrebasable. Nos caimos bien porque a mí siempre me caen bien tipos como él y yo suelo caerle bien a tipos así. Almost inevitable o similar. El tipo se me acercó y me invitó a un vino, como un jodido motherfucker violador de anos gordos, pero evidentemente sin serlo. Y ahí me encuentro jodidamente que, en medio de un maldito pueblo de mierda, la conversación, por algún extraño motivo que no recuerdo, termina dirigiéndose a la poesía y a José Hierro. Yo estaba flipando. En medio de la mierda en un bar de mierda con un mierda de repente paso la mejor media hora de mi vida últimamente hablando de José Hierro, un tipo al que admiro y al que no recordaba desde hace siglos.

y el puto tipo recordaba el rescate imposible

Invieno vestía de plata
sus lajanías. Primavera
pulsaba sus verdes. Estío
bruñía la espada sangrienta.
Otoño desencadenaba
los torrentes de su tristeza.

Y él está siempre allí. Miraba
lo imposible. (Han pasado cerca
de veinte años.) Y él está
ensimismado, ante la puerta
infranqueable.

Estío funde
su estatua de ola, viento, piedra.
Y él está allí. Desnuda otoño
su torso pálido de estrellas.
Invierno oculta con su máscara
la desolada calavera.

Ý él está allí. Sigue allí, bajo
la invención de la primavera.
Desde allí mira no sé adónde,
caída la clara cabeza.

Quiero arrancarlo de su éxtasis
para reintegrarlo a la rueda
temporal, para darle vida.
(Olvidé que han pasado cerca
de veinte años. Olvidé
que ya no es clara su cabeza,
que ya no puede ser posible
que me escuche y que me comprenda.)

me cito a mi mismo citando a José Hierro, aquí los datos

Y me acordé de cuando el mismo puto José Hierro, ahora tan muerto, vino a dar un recital o como se llame a Alcobendas y después de darlo vino al puto bar en el que yo trabajaba, Sabor Sabor, a tomar un Gin Tonic. Y cuando el tipo con el que él estaba (el representante, el colega, vete tú a saber la estupidez de turno) vino a la barra al final y me dijo (mientras el Hierro seguía en la mesa) «dime que te debo, y hazme un precio especial para un poeta» y yo le respondí, «le conozco, es José Hierro», el representante le levantó de la mesa (vete tú a saber las putas ganas que él tenía) y me dijo «¿cuál es tu poema favorito de los míos?», y yo le dije «el rescate imposible» y él me dijo «tengo un aire, pero no lo recuerdo, tengo un aire…»

Esto es literal. Yo tuve al puto José Hierro al otro lado de la barra y me dijo eso.

No le cobré (tampoco pagaba yo cuando invitaba, así que no es para tanto). Pero me jodió que no se acordara, el muy imbécil pese a ser ídolo (y lo sigue siendo para mí). Era un puto poema importante, y no se acordaba. Menudo mierda de tío. Menudo gilipollas, no recordando lo importante.

Y hoy en medio de la nada con nada en la cabeza más que reventar por quince minutos la atonía general estaba yo en un bar en el que conocí a un tipo con la piel de cuero y desdentado (me dijo «nadie a quien no le falte un miserable diente merece la pena, cojones», ante lo que no dije nada pero metí la lengua en mi hueco) y resulta que el muy desfasado y anormal se acuerda de José Hierro, que está tan muerto, y del rescate imposible, que dentro de todo lo que me gusta es especial para mí.

Y resulta que hablamos un rato. Y resulta que de tan extraños nos convertimos en conocidos. Y que nos tomamos unos vinos. Y que al final concluimos que la vida nos gustaba, pese a lo extraño.

Y, hablando de lo extraño, nos dimos la mano en la puerta al despedirnos. Sabiendo que nos gustaría volvernos a ver pero que más que probablemente no volveríamos a vernos nunca. Conscientes.

La vida es una perra frígida que no es capaz de complacerse a sí misma, la muy zorra.

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