Yendo al trabajo en coche, con los brazos hacia delante moviendo el volante con la parte inferior de las muñecas, como si fuera un zombi. Echo la cabeza hacia atrás y pongo caras de muerto viviente. Son las ocho y media de la mañana y los conductores de los coches que me encuentro de frente sonríen, dos hombres y una mujer. ¿Es eso importante?
Pequeñas cosas. Me gustaría oir la radio pero se me jodió la antena, sólo pilla intereconomía. Para un trayecto de cinco minutos no merece la pena pagar pasta, me digo, y luego me la dejo en un kindle o una gráfica o un ssd sin ningún reparo. Esas constantes pequeñas peleas me dejan exhausto, me agoto en estupideces. Llevo literalmente 600 mañanas discutiendo conmigo mismo por la antena de la radio del coche. Transcurren de forma tan leve que no parecen nada en cada día, pero cuando sumas…
Yo con mi radio. La gente se compone de pequeñas cosas, tiene universos propios en los que suceden cosas que no tienen repercusión, importancia o incluso existencia en los otros. Pompas que no tienen zonas de intersección muchas veces, y cuando las tienen a veces es sólo una ilusión, y cuando no es un verdadero milagro. Me intriga la teoría de conjuntos de las preocupaciones individuales humanas, pero creo que es otra radio sin antena, una estupidez más en la que me agoto sin remedio.
Hago el zombi yendo en coche al trabajo. En realidad lo que hago es el payaso, y creo que es más productivo. Me gusta ser un payaso, siempre me ha gustado.