La universidad me defraudó pronto. Quizá defraudar es un término demasiado grande, simplemente me dejó de interesar. Y como exactamente lo demás que me deja de interesar abandoné en seguida todo esfuerzo. En líneas generales, no hace falta más, pensé que me iba a encontrar en otro nivel y me encontré con el mismo instituto, que había sido el mismo colegio de antes: recopilar apuntes para regurgitarlos después en el examen. Hubo honrosas excepciones, como teoría de las categorías de Eduardo Bayón, algunas clases de lógica de Anastasio Alemán y multiculturalismo de Tomás Pollán. Quizá hubo más, pero si no las recuerdo ahora dan igual.
Bayón no se limitaba al examen, por ejemplo. Después del procedimiento estándar de escribir algunos folios, en respuesta a unas preguntas y en un tiempo determinado de antemano, tenías que ir a su despacho a defenderlo. Esas fueron horas bien pasadas. Alemán no tenía ningún don de gentes (al menos con los alumnos) y eso intrincaba aún más la lógica, y la hacía más divertida, siempre tenías la sensación de estar estudiando por tu cuenta. Se me daba bien, quizá fue sólo eso. Y Pollán era un individuo curioso. Le recuerdo fumando el primer día en clase y preguntándonos que si nos importaba, y que le disculpáramos porque se ponía muy nervioso al dar clase, hablándonos de lo complicado que era hacerlo.
El día anterior al examen había pasado la noche con una amiga y no había repasado nada. Pollán había dividido la asignatura en dos partes, por un lado teoría del multiculturalismo y por el otro el Edipo Rey. Entonces eran otros días en los que estaba inspirado constantemente y cualquier cosa me emocionaba, y acababa de terminar de leer «El monje negro» de Chejov. Y me dio por ahí porque todo me daba bastante igual, me dio por responder las preguntas de los dos bloques hablando sólo del relato que acababa de leer y me había fascinado, olvidando el temario aunque sin dejar de lado el contenido de las clases.
Y saqué muy buena nota.
Y me sentí grande, por supuesto, sentí que había estado por encima de todo aquello. Y de ello he estado convencido durante años.
Pero hoy… he recordado un trozo de una de las charlas con Bayón en su despacho. Era un hombre muy mayor, así que seguramente hoy esté muerto. Al hombre, como a todos, le agradaba una conversación si era buena, y después de defender mi examen seguimos charlando un rato de la universidad en general. Y en concreto de los profesores cacatúas (creo recordar que ese era precisamente el término que usó), que no comprendían de que estaban hablando y se limitaban a recitar lecciones, que alumnos cacatúas recogían y regurgitaban en el examen para convertirse en profesores cacatúas a su vez. Y del miedo que le daba ese camino que ese tipo de universidad estaba seleccionando al masificar contenidos, produciendo un esquematismo superficial y favoreciendo al que memorizaba mucho más que al que tenía alguna intención de entender algo, perdido literalmente en la falta de tiempo para comprender todo lo que allí se estaba dando. Me dijo que alumnos como yo (lo dijo, no me tiro flores si es que esto es tirarse flores) teníamos la responsabilidad de estar por encima de la situación para evitar el ascenso de las generaciones de cacatúas que se estaban posicionando.
Y saque una nota en multiculturalismo seguramente mucho mayor que el despropósito de examen que hice. No recuerdo mucho de mi examen, o nada, pero me conozco, conozco mis métodos y mi forma de actuar. La nota no correspondía. Y durante un segundo me puedo imaginar a Pollán guiñándome un ojo con esa nota y diciéndome «sigue». O quizá simplemente riéndose por mis conclusiones en un marasmo de ejercicios clon. No lo sé y ya no puedo saberlo, desde luego.
Saqué matrícula de honor con Bayón en teoría de las categorías, y ahora que soy menos orgulloso y estoy menos pagado de mí mismo creo que fue por ese motivo. Creo que fue un golpecito en la espalda diciendo «sigue adelante» que yo no estaba preparado para entender. Y no lo hice, por supuesto.
No, no lo hice entonces. Salí de su despacho y me fuí de combate con Quique para celebrar la matrícula, archivándolo todo al instante.