Hay épocas para todo y para todos, por supuesto.
Como los vampiros en la tri, tetra, penta o lo que sea logía de Anne Rice, a veces necesitas esconderte bajo tierra una temporada.
A veces porque todo esta sucediendo demasiado deprisa.
Otras porque estás un poco harto de todo. Porque todo te ha empezado a resbalar demasiado.
A veces, simplemente, es porque te has desdibujado un poco y necesitas un tiempo para volver a recordar lo que eres y por qué.
El final de una relación es ciertamente un ejemplo de libro. Te has descompuesto componiéndote en otro y al recuperarte no sabes muy bien qué es lo que tienes en el saco, o por dónde andas. A dónde vas, sobretodo.
A veces la acción indiscriminada puede indicarte el camino. Puede, pero…
A veces vas y, simplemente, te paras.
A tomar aire.
A preguntarte cosas. Haces segundas lecturas de los libros que recuerdas que alguna vez te gustaron y vas recordando por qué, y te das cuenta de que ese porqué lo tenías ya un poco olvidado. Haces segundas lecturas de los momentos de tu vida que te gustaron y también vas recordando por qué. Te reconcilias con algunos momentos dolorosos, con ciertas incomprensiones que llevaron a grandes y dramáticas batallas de final terrible. Descubres que pequeñas alegrías desde cuando sucedieron se han hecho grandes. Casi definitivas. Y de ahí vas sacando algo. No es el material del que están hechos los sueños, ni mucho menos, pero sí es el material del que están hechos los tuyos.
Después de recapitular el millón de pequeñas rendiciones del día a día de la convivencia descubres que todos los pactos se han roto, que todos los acuerdos no significan nada. Descubres que la página está en blanco y el tintero lleno.
Y sientes un pequeño soplo de libertad. No suficiente para cambiarte la vida, pero sí para volver a abrir tu libro por el punto de lectura justo donde lo dejaste. Con algunos cambios, por supuesto, nunca se vive por nada. Todo deja posos. Circunvalaciones.
Conexiones neuronales nuevas que constituyen unos nuevos ojos con los que mirarlo todo.
Ese proceso lleva tiempo. No uno concreto. Pero en algún momento toda esa compilación termina.
Y abres los ojos. De repente.
Piensas que tu aislamiento está bien y de hecho lo está, pero de un segundo para el siguiente deja de estarlo, porque te has encontrado. Ya está todo en su sitio. Has llegado a comprender algo.
Y ahora quieres salir fuera, ver el mundo.
Algunos de los que conociste están profundamente cabreados, porque no saben dónde has estado todo este tiempo y se lo toman como algo personal: les has abandonado. Les has apartado de ti.
En ciertas situaciones de intenso traumatismo el cuerpo entra en coma. Desconecta todo lo que no es vital por pura supervivencia, para centrar sus esfuerzos en recuperarse.
Pues eso.
De eso mismo estoy hablando.
Otro tipo de coma. Un coma más de albornoz y zapatillas, de andar por casa. Un coma más centrado en quién cojones soy yo, a qué estoy jugando, cuál es mi partida y en qué punto exacto de ella estoy. Lo comprenderán, sepas explicarlo o no. Si no lo hacen, es el final del camino.
Tú has abierto los ojos.
Llevas mucho tiempo en una cueva. Ahora, al salir, tienes hambre.
Tienes un hambre infinita.
A mí me ha dado por las canciones que compuse. Esos pedazos de tiempo enmarcados en unos acordes y unas letras. Estuve el viernes, ya con los ojos abiertos, en un concierto de Hare y comprendí que quería volver a eso. Que ese era el lugar en el que quiero pasar algún tiempo.
Tenía los ojos abiertos.
Esos momentos merecen una existencia digna. Merecen fijarse en alguna parte y no vivir sólo en mi cerebro. Merecen ser grabados. Merecen tomar cuerpo.
Por las cosas del whatsapp quedé con Nano hoy, y ha accedido a darle a las viejas canciones una vida digna. Hemos hecho planes. Grabaremos en el estudio de Hare. Le secuestraremos para que nos coja la sisa, nos haga un pespunte, nos alce ese cuello. Para que fije, dé explendor y para que explenda. Nos agarraremos a su cola porque su apuesta personal nos sitúa comodamente en un entorno más favorable. Pisaremos sólo donde él haya pisado antes.
Así que empezaremos en la casa en ruinas de Fuente El Saz. A retomar esos acordes para acomodarnos a ellos. En esa casa vivimos cosas riquísimas. Y está vacía. Y se puede hacer ruido.
Sólo hubieran podido ponérnoslo más a huevo si nos fueran a pagar por ello.
El proceso, en la medida en que sepa mudarlo, estará aquí.
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Estaba metido en el fondo de la cueva, y estaba muy bien. Algún día de la semana pasada pasaron tres cosas sin conexión aparente que destellaron en mi retina y se unieron para formar un todo coherente.
Primero, una estupidez, me di cuenta que durante todo este año he estado pensando que tenía un año de más.
Por lo que tenía, de repente, un año menos. Eso me hizo ser consciente de mi edad. Es una tontería, pero es.
Segundo, el vídeo de Johnny Cash cover de la canción Hurt. Ese tipo le estaba cantando a la vida que había tenido estando a las puertas de la muerte.
Tercero Bukowski, “el capitán se fue y los marineros tomaron el barco”, una de las relecturas, escribiendo a la vida que había tenido estando a las puertas de la muerte.
Y me dije “eh, lo entiendo, lo entiendo perfectamente”.
Les comprendo.
Sé exactamente dónde están.
Puedo ver exactamente lo que están diciendo.
Pero yo no estoy ahí.
Esa es una definición de referencia de «segunda oportunidad».
Me di cuenta de que aunque podía comprenderles yo no estaba en el mismo sitio.
Y a partir de ahí fue fácil.
Ya estaba todo hecho.