«Con la angustia de mis entrañas he caminado hasta aquí,
a causa del frío y del calor mi rostro está curtido,
con fatigas y gemidos he hecho este viaje tan largo,
pero ahora tú ves que me hallo al límite de mis fuerzas».
Poema de Gilgamesh (39 al 41, notación tradicional, de los conservados).
Más o menos 2.650 años antes de Cristo. Más o menos.
Casi cinco mil años son pocos.
«Con la angustia de mis entrañas he caminado hasta aquí».
Salimos, llenamos los odres viejos con nuevos contenidos, siempre frescos. Me sentí bien, por un momento. Pese a estar donde no debía. Pese a volver donde no quería («no pasa nada, joder, esto está más que superado, ostias»).
Claro, pero no pude dejar de recordar los versos del viejo buen poema de Gilgamesh. «A causa del frío y del calor mi rostro está curtido». Dios, hijo bastardo de Cronos y Gea, ¿a santo de qué turbar mi paz? ¿No te sirvió arrancar el falo de tu padre y clavarlo en la tierra para que toda vida surgiera de un puto parricidio?
«Con fatigas y gemidos he hecho este viaje tan largo.» Lo hice. Por judas tadeo que lo hice.
«Pero ahora tú ves que me hallo al límite de mis fuerzas». No, nadie lo ve. Ya me ocupo yo de ello.
Nadie lo ve. Que prime la fiesta. Que reine la alegría. Que viva la vida. Lo demás es tontería. Lo dije una vez, y lo repito. Yo ya estoy muerto, me puedo permitir estar más vivo que nadie.
No tengo nada que perder.