Es una curiosa sensación. Una extraña deformación del vacío, de lo que no debería estar. Una pequeña intromisión de algo en la nada, supongo. Levantarme por la mañana con la imagen de otra casa, con otra sonrisa en el espejo. Con el pelo corto, más delgado, comiendo otra cosa. Luego me monto en el coche con ese indefinible en la cabeza. Siento que me cruzo conmigo mismo, en otro coche. En un A3 rojo, casi siempre. A veces llevo otro, uno más grande, más familiar, más nuevo.
Siempre me veo con el rabillo del ojo. Cuando enfoco me pierdo. Desaparezco.
Y sigo mi camino, nervioso.
Llego al trabajo y percibo que no estoy haciendo lo que hago, que estoy sentado en un escritorio revisando números. No, definitivamente no es lo que estoy haciendo. Me cruzo con pensamientos que no me pertenecen: pasar por la tintorería, no olvidar planchar las camisas. No sé qué es lo que se está adueñando lentamente de mi cabeza, pero no por eso puedo ignorarlo. Pensamientos de tirar a la basura cosas que no encuentro en un cubo que no está donde lo busco. Así de enfermo. El otro día estuve media hora intentando encender el home cinema que no tengo. Me costó esa media hora completa darme cuenta de que estaba palpando el vacío pretendiendo pulsar botones.
Después me puse en pie sacudiendo la cabeza. Fui a mear y abrí una cerveza. Compulsivamente busqué un vaso, y me pareció oír “¡ni se te ocurra beber directamente de la botella, y coge un posavasos!” Claro, no tengo posavasos. Miento, tengo uno de Forges que alguien me dio, pero no tengo ni idea de dónde está ahora mismo. Me pareció oír, de forma algo lejana, una voz que ya no recuerdo más que a duras penas, saliendo de unos labios de los que ya no guardo mapas ni rutas interesantes garabateadas con lápiz.
Coinciden las trayectorias a veces, y entonces lo siento más fuerte. A veces siento que estoy en el mismo restaurante en el que ya estoy, o en el mismo garito. En esos casos la sensación es tan fuerte que me revuelve el estómago. Tengo ganas de pedirme que salga de mi vida y me busque una propia, pero no sé dónde está el tipo al que debo dirigirme.
Porque sí sé quién es ese tipo. Por supuesto que lo sé. Es el tipo que no dejó a N. y que vive con ella en un piso de protección oficial. El tipo que tiene un sobrino que debe rondar el año ya. Ese tipo lleva otra vida. Es el yo mismo que no hizo lo que hice. Ese tipo a veces entra en mi cabeza después de hacer él el amor, y tengo la sensación de estar feliz y saciado sin estar especialmente feliz ni saciado. Supongo que para él debe ser muy incómodo percibirme cuando estoy borracho, o follando con alguien a quien no conoce.
Coinciden las trayectorias, a veces. El otro día estaba en Aki con mi madre comprando pintura, y supe que estaba ahí. Con N., comprando cosas para la casa de El Casar. Sabía que estaba ahí. Podía casi olerme, oírme respirar. No sabía detrás de qué esquina me iba a encontrar. Mi madre me veía cada vez más pálido y pensó que me estaba subiendo la tensión que y me estaba mareando. Me dijo “vamos a sentarnos aquí un rato”. Pero yo no podía sentarme, no sé si me explico, no podía arriesgarme. No podía arriesgarme a encontrarme a mí mismo ahí. Ni en ninguna otra parte.
Porque puede suceder, y entonces no sé qué me quedará de cordura. Es posible que en algún momento realmente me encuentre con el yo que ya no soy por haber tomado una desviación diferente. Y entonces qué.
Qué será cuando mis ojos se posen en mis ojos y me vea a mí mismo y me sonría. Ese tipo dispone de una información que yo no tengo, y él pensará lo mismo de mí. Seguramente nos vayamos a tomar un café y digamos que somos gemelos si nos preguntan. Gemelos con ganas de individualizarse, de ahí mi pelo largo y su delgadez. Seguro que nos hacen bromas, y nos dicen que pese a todo somos como dos gotas de agua. Al fin y al cabo no ha pasado tanto tiempo, dos años escasos… no es tiempo suficiente como para haber abierto brecha, como para haber generado fronteras definitivas. Las líneas de demarcación tienen la pintura aún húmeda, se pueden borrar con el pie…
Y entonces qué. Qué será de esa conversación. Y de nosotros después de tenerla. Que será del tejido de la realidad, que no puede permitir que nadie disponga de tantos datos sobre dos senderos diferentes, es competencia desleal… Qué será de mis ojos tras posarse en mis ojos.
Qué será de mis ojos, ¿supurarán daño? ¿Se moverán a otro nivel o algo parecido? No lo sé.
Y no puedo afrontarlo.
Cuando salí de Aki sentí un alivio inmenso.
Después de todo debería ser lo normal.
Pero no todo el alivio provenía de mí.
Parte provenía de fuera.
De ese tipo que no soy que piensa que yo soy el tipo que él ya no es.