En el fondo era lo mismo.
Nos teníamos el uno al otro
para mirarnos el ombligo.
Duplicábamos el exceso de
sales y soles,
el ritmo de las sábanas
aliméntandose de los sueños
rotos que caían de las
almohadas.
Era lo mismo.
Un instante detenido
en el que tú, cansada,
me besabas despacio,
te levantabas,
abrías la ventana
para que las cortinas
dejaran pasar
el aire.