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estar aquí

Agrandada la letra al 80%. Si aún va mal, decídmelo.

Estás en tu casa tocando la guitarra. Llaman a la ventana. Es Koldo, que siempre aparece sin avisar, como siempre. Koldo es uno de los problemas (entre una infinitud de otros) que tuve con Lele. El hecho de que no le echara cuando yo llegaba del trabajo y estaba Lele en el salón y Koldo en el cuarto. Sin hablarse. Cosas de Koldo, pensaba entonces. Cosas también de Lele, pienso ahora.

Entra y abre una botella de sidra sin avisar. El líquido se desparrama por el suelo. Nadie corre a por la fregona, este es un lugar para estar, no un lugar que sufrir. Ya se limpiará cuando le toque al resto, sin salvedades.

Nos sentamos. Me pregunta. Le cuento. Asiente, circunspecto. Me cuenta una experiencia parecida. «Ya», le digo, «pero no se parecen». «Ninguna se parece», responde.

Cojo la guitarra. Me pregunta qué voy a comer el resto del mes. Le digo que siempre sale algo. Siempre sale. Le digo que vayamos a «la estación», a comer algo.

Me dice que no es el momento.

Y no lo es.

Coge la guitarra, el muy cabrón, y lo que me tenía que explicar me lo dice con los dedos, tocándola.

Una vez que todo queda claro, me mira y me dice que se va.

Ha terminado.

No entiendo cómo, y sobre todo por qué, echarle de aquí.

Se va.

Pillo emperador, lo paso por la plancha con una ensalada de pasta.

Me duelen horriblemente los dedos.

Ceno.

Veo el final de documentos tv.

Escribo esto.

Ahora, con un poleo, veré a ver qué cuenta paniker. Mañana escribiré un texto suyo brutal, alucinante.

Sé que no tiene ningún sentido, porque cuando se vive se vive y punto, pero no sé a qué instancia dirigirme para darle gracias por todo esto.

Es estúpido. Es cuestión de estar aquí.

Pita el microondas, ha terminado de acicalar el poleo.

Nos vemos.

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