No tengo ni idea de por qué es así. Un cacho de madera de determinada forma, seis cuerdas metálicas con una tensión precisa. Algo que hicieron otros, alguna de Doctor Grillo, por ejemplo, o de Nirvana, o de Pearl Jam, o de quien sea.
Estás solo en casa y empiezas. El primer arpegio, el primer acorde. Desapareces, lentamente. Releyendo a Paniker me doy cuenta de que es justo lo que él quería decir cuando hablaba del fin de la escisión entre sujeto y objeto, el presente eterno y puro en el que la realidad es experiencia, fuera de barreras y controles propios o ajenos.
No digo que no empezase a tocar la guitarra, en su día, por intentar ligar con las pibas que tocaban en el pueblo donde pasaba los veranos. En absoluto.
Sólo digo que es distinto en el momento.
Tampoco digo que no siga tocando la guitarra por cuidar una cierta estética, en realidad no tengo ni idea y no es muy importante, tampoco.
Sólo digo que en ese momento no hay ni pasado ni futuro ni yo ni guitarra ni mi voz, sino una cosa extraña y viva que aglutina todo junto para hacer otra cosa.
Es el animal que guiña el ojo, decía paniker.