La obediencia que esta noche
me susurras al oído
obediencia es de veleta.
¿Estar quedo? ¿Cambiar mucho?
Eso será como quieran
los aires que muevas tú
para jugar con la ausencia.
No te quejes de mis vueltas
y de no encontrarme nunca
cara a cara:
el huirte es obediencia.
Y si mi alma no te está
nunca quieta,
no la llames volandera:
fidelidad te he jurado
-yo de hierro, tú de aire-
de veleta.
Pedro Salinas.
Presagios. 1924.