No suelen gustarme los poetas, en el mismo sentido en el que no me suelen gustar las locazas.
Son demasiado afectados, como si estuvieran representando una caricatura mediante la cual se representan a sí mismos.
Y es una pena, porque durante mucho tiempo me gustó mucho la poesía.
La que para mí es buena, que no sé si es para o de todo el mundo o si les gusta a todos, a los doctos y a los afectados.
Ahora la poesía me gusta menos, porque es la ciencia del sugerir, y sugerir lo hace cualquiera.
Y muy pocos bien, muy pocos realmente sugieren algo.
Nietzsche decía algo de que a veces se tiró a aguas profundas sólo para descubrir que no le llegaba ni a las rodillas, y que otras había terminado ahogándose en un aparente pequeño charquito.
Y yo, desde la humilde situación de mi gusto, quiero mojarme el culo. Estoy harto de poder bañarme sólo hasta los tobillos y ver como vi barrigota se queda a metros del fondo.
Es fácil escribir poesía,
adunar
las palabras
en versos.
Afilar
la vida
de la prosa roma
a la frase
exacta.
Querer
las palabras
y acunarlas,
rozarlas
solo.
La prosa se puede permitir ser roma (pero mucho mejor si es afilada), porque siempre cuenta con la superioridad numérica, con el volumen, la densidad, el espacio. La poesía siempre es un pequeño destacamento, a veces de élite, a veces de nada. No, la poesía no puede nunca ser roma.
Es mucho más complicado tener algo que decir realmente, un fondo del que fluya el significado que se sugiere en el poema. Ese tipo de poetas me caen bien. Esa es la poesía que aún hoy me sigue gustando.
Los otros, los afectados, los que van de poetas, los que representan lo que quieren ser pero desde luego no son lo que representan, me dan un poquito de pena. Son las presas de su propia impostura, siempre hambrienta.
Los otros son unos mierdas, déjate de florituras, y te caen mal porque están tan huecos que es insufrible una conversación, es imposible compartir nada o vivir nada o admirar nada del vacío. Si el universo le tiene repulsión al vacío, ¿por qué tú no deberías poder?